Palencia es una emoción:

27 junio 2008

Del comercio palentino

Tenía yo pensado que uno de los mayores males del comercio era la franquicia. Empiezas a pasear por la Calle Mayor de cualquier lugar de España y ves las mismas marcas, los mismos escaparates y los mismos modelos. Y las mismas ofertas. Mango, Adolfo Domínguez, Pizza Hut, Vitaldent, Benetton… y McDonalds. Y la tienda de los chinos. Todo se repite acá y allá. Que al final no sabes si no has salido de tu pueblo o estás en otra Calle Mayor exactamente igual que la tuya pero a quinientos kilómetros de distancia. Me empieza a molestar tanta franquicia.

Será que me viene de mi familia palentina, largos años dedicada al comercio en la Calle Mayor, pero yo siempre había sido amigo del comercio tradicional, de la tienda de la esquina, del señor que te da el melón a calar, del que antes de venderte unos calzoncillos te explica las ventajas y desventajas de que ajusten más o menos. Habitualmente el comerciante local no sólo te da muy buena calidad sino además te da consejos, comparte contigo los sufrimientos por ese hijo que se fue al ejército en vez de continuar con el negocio familiar y al final te sugiere que te lleves el ovillo más barato porque la calidad es la misma y la lana cunde más. La proximidad solía ser casi siempre garantía de calidad. Y de buena atención.

Siempre te escuchaba mejor quien era tu vecino de toda la vida, quizá porque más tarde o más temprano tú le tenías que atender a él, prestaba atención a tus palabras, se esforzaba en comprender tu demanda, en solucionar el problema de consumo que le presentabas. Te atendía con cordialidad, te sonreía aunque maldita la gana que tuviese porque sabía que ésa era la manera de que volvieses a llevarte otro paquete de lentejas. El trato humano, la cordialidad y la mirada atenta eran invitación reiterada para que regresaras de nuevo a su comercio, tal vez por unos zapatos, un cepillo de dientes o un paquete de sobres en aquella lejana época en que aún se escribían cartas personales.

Sin embargo, no sé si será el signo de los tiempos ni sé decir en qué momento empezó todo esto, pero con demasiada frecuencia percibo que en nuestra ciudad una parte del comercio tradicional ha perdido el trato personal con el cliente, ha pedido la cordialidad, el respeto, la atención... Sobra altanería e ineptitud, sobra chulería barriobajera. Con excesiva frecuencia falta delicadeza y amabilidad, menudean las ocasiones en que parece que, una vez que has aflojado la pasta el vendedor ha cumplido con su misión en la vida y si vuelves a preguntar o a solicitar una explicación te conviertes en un despreciable desconocido que regresa para molestar e incordiar al honrado comerciante que fuma tranquilamente en la puerta de su local. Con lo cerca que está Valladolid, coño.

A veces pasa que tras realizar una fuerte compra te encuentras mal atendido, que el comerciante se deshace de ti con burdas maniobras. A veces se me antoja que Zapatero tiene razón, que no es verdad que haya crisis, sino que sobra el dinero y por lo tanto a muchos comerciantes les sobran los clientes, de modo y manera que las sonrisas del día de la compra se tornan altanería y desatención al día siguiente. Cuántas veces te encuentras con un seco “de eso no tenemos” sin una mínima atención, sin una explicación, sin un ofrecimiento alternativo, sin un interés por ganar un nuevo cliente. A veces pienso que nadie quiere ganar clientes, sólo dinero. Pan para hoy, hambre para mañana, qué brutos.

A trescientos metros de mi casa, a la vuelta de una esquina muy bien situada, han abierto una frutería. El dueño atiende siempre expectante mis solicitudes, me aconseja y me da algo de conversación. Ayer le he comprado el primer melón de a temporada y me ha dicho que si me sale malo que se lo devuelva. Me escoge cuidadosamente los mejores tomates de la huerta palentina, me ha dicho que no compre huevos demasiado grandes porque son de gallinas viejas y me ha ganado como cliente.

Será que otra parte del comercio tradicional está dejando sus señas de identidad. Será que he tenido mala suerte, será que tanta sucesión ininterrumpida de malas leyes educativas conduce a esto. Será que sólo importa el dinero.

Al de la PDA, al del ordenador y al de la televisión, todo ello tan caro: Adiós, majos. Por cierto, viene crisis, conste. Faltarán clientes y sobrarán comercios.


Tres carriles a Valladolid ya, porfa.

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