Palencia es una emoción:

28 enero 2009

Seamos serios, Dios no existe.

Uno se pasa los días enganchado a las noticias de última hora, a las fotos de actualidad, a las entrevistas a todo bicho viviente, a las declaraciones varias, es lo que pasa cuando tienes “mono”, que te lees todo. A veces tienes que seleccionar, casi siempre, y te quedas con un titular, preguntándote si realmente querrá decir lo que dice, si las declaraciones habrán sido exactamente trascritas o habrá algo de exageración. Es lo que me ha pasado con un entrevistado que jura que la campaña del autobus ateo (“Probablemente Dios no existe…”) han llevado el debate de Dios a la sociedad. Qué gran mentira, qué gran error.

A la sociedad en la que vivimos se la trae al pairo si Dios existe o deja de existir. No existe el debate fuera de tres o cuatro iluminados de ambos bandos y unas minorías más o menos eclécticas que les sigue con diferente intensidad. En la gente de la calle, la que hace cola para el bus, para el pescao o la que se enchufa en vena tres horas diarias de televisión no existe semejante cuestión. Y los que nos interesamos en ella también hacemos las mismas colas y vemos la televisión, pero ustedes entienden, espero, esa forma de expresión.

Seamos serios, Dios no existe en la vida de las gentes de la calle, al menos en España, en nuestra sociedad occidental, quiero decir. Mal que le pese a Obama y sus “progres” seguidores europeos. Para la sociedad europea en general Dios es una idea abstracta a la que apenas nos asomamos un par de veces en nuestra vida, quizá cuando muere alguien cercano. Muy cercano. Más cercano todavía, quiero decir. Nada de Navidad o Semana Santa, no, nada de vida religiosa en ellas. Han pasado a ocupar un espacio folclórico y cultural en el que nos ponemos tibios de marisco o aprovechamos para irnos al Caribe, depende. Lo de la Primera Comunión no pasa de ser una estúpida costumbre, equiparable a la presentación de los adolescentes en sociedad que todavía perdura en algunos lugares del mundo, para mostrar a los demás lo ricos y opulentos que somos. Y sí, sé que estoy generalizando y que aparto deliberadamente esa minoría que vive con cierta intención una vida religiosa. Pero, eso, que se trata de una minoría. Casi insignificante en el peso de la sociedad… europea.

Cuando me asomo por la ventana de mi casa y veo a la gente avanzar hacia el trabajo, hacia el súper de la esquina o simplemente a dar un paseo y tomar el aire, sólo veo caras de hipoteca, de vencimiento de letras, de prisas para recoger a los hijos del cole, religioso probablemente, y preocupación por lo que esta noche ocurrirá en el siguiente capítulo de “Escenas de matrimonio”. Cuando hablas con ellos de sus intereses, de sus aficiones, de sus preocupaciones, de sus querencias, de sus problemas no encuentras la más liviana alusión a la trascendencia, si exceptuamos la duración de la temporada de rebajas o si el próximo verano podremos ir a la playa una o dos semanas. O si nos tenemos que quedar en casa.

Vivimos en un mundo en el que todo vale, cualquier cosa, pose, opción u opinión es bienvenida sin ningún cuestionamiento. Todo menos debatir la existencia, todo menos pensar, cualquier cosa antes que un solo pensamiento moral. “Si pienso a lo peor tengo que ser consecuente, si pienso a lo peor me doy cuenta, si pienso... Mejor cierro los ojos y tiro p’alante”.

“¿Dios? Ah, eso de los curas y eso…”

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