Palencia es una emoción:

27 junio 2009

La viuda del inspector Puelles no se calla


Hubo un tiempo en que enterrábamos a nuestros muertos a escondidas. Quiero decir que aquellos que eran asesinados por ETA recibían un enterramiento avergonzado y vergonzoso. A deshoras y por la puerta de atrás de las iglesias, vaya. Uno, que por aquel entonces se dedicaba a otras cosas, no termina de comprender por qué, qué pasaba por la mente de nuestra sociedad o al menos qué pasaba por la mente de los que entonces dirigían la sociedad.

Con la oposición de los nacionalistas vascos, embriagados de equilibro entre asesinos y asesinados (excepto cuando alguna víctima era del PNV), la reacción social hizo que esto fuera cambiando y los entierros, siempre tristes y dolorosos, se llevaron a término a las doce del mediodía y en la iglesia mayor. El rostro igual de lloroso y dolorido, pero la barbilla, al menos, elevada y digna, y no como solía, hundida en el pecho.

El siguiente paso fue que los familiares hablaran, la madre y la hermana de Pagaza, por ejemplo, y dieran testimonio de valentía, dignidad y resistencia moral. La sociedad empezaba a cambiar e incluso había quien, echándole testosterona a raudales, se manifestaba contra ETA. Eso sí, los asesinatos continuaban. (No puedo evitar referirme a los otros asesinatos, igual de cobardes y condenables, los del GAL). Con la reacción de madres, viudas y hermanos se empezaba el rearme moral de la sociedad ante los terroristas. Porque para combatir el terror es necesario un rearme social, claro. Una sociedad acobardada no puede luchar contra nada.

La fortaleza argumental, anímica y moral eran imprescindibles y los familiares de las víctimas, víctimas a su vez, consolidaron la espina dorsal de la respuesta social, trasmitiéndonos la necesidad de responder con la firmeza espiritual y legal a los asesinos que se presentaban moralmente superiores. ¡Asesinos moralmente superiores a sus víctimas, qué país de locos! Y en éstas llegó Paqui Hernández, la viuda del último asesinado. Y el PNV mandó callar.

No conviene que hablen las viudas no vaya a ser que sus emocionadas palabras contagien sentimientos al populacho; que se calle Paqui Hernández no vaya a ser que enerve los gestos de las masas amorfas; neguémosle la libertad de expresión no vaya a ser que prenda la rebelión y los domesticados votantes tomen ejemplo de su motín. Pero Paqui no se calla y amenaza con tocar los tegumentos procreativos de una sociedad bañada en morfina, narcotizada y encogida de hombros.

Yo siempre he tenido claro que ciertos dirigentes del PNV no eran demócratas (afirmación que posiblemente me va a proporcionar numerosas críticas y alabanzas, ahórrenselas todas, porfa). Y digo “ciertos dirigentes” por procurar ser discreto y no cargar en exceso las tintas, pero la afirmación podría hacerse extensible a quienes no se oponen a determinadas decisiones o quienes votan a quienes toman esas decisiones. Y hay numerosas juicios del PNV que poner en entredicho, como por ejemplo romper la unidad de demócratas tras la muerte de Miguel Ángel Blanco, lo que procuró el resurgir de quienes estaban empezando a capitular, o dejar que Josu “Ternera Loca” se sentara en la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento vasco. Y podríamos seguir.

Pero PP y PSOE, designados representantes mayoritarios del pueblo, admitían todos estos gestos del PNV con resignación, jamás han osado poner en entredicho democrático disparates cometidos o pronunciados por los grandes gurús del PNV, le seguían admitiendo en el club de pedigrí democrático, supongo que porque enviarlo a las cavernas sería enviar allá a una buena pare de votantes vascos y eso…, ah, no, eso no, nada de empujarlos al averno.

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