Palencia es una emoción:

02 diciembre 2005

DE LA INCONSCIENCIA

De la siesta me despierto con los pies sobresaliendo del sofá. No es que haya crecido de pronto, maldita sea, pero me estiro y el sofá parece que se ha encogido, seguramente por el frío que nos anunciaron los meteorólogos. La tarde, vacía, amenaza con alargarse sin fin y busco desesperanzadamente con el mando a distancia algo decente que echarme a la vista. Entre tantas cadenas de oro no encuentro nada que me entretenga, en todas ponen televisión.
Me encuentro a Matías en el bar de siempre, en su postura de siempre y quizá con su taza de siempre. Vacía como siempre. Como casi siempre. La helada acogota Palencia pero no nos ha caído ni un solo copo. Leo indignadas cartas de protesta porque Palencia no aparece en los mapas del tiempo, pero peor es que aparezca y no acierten ni una sola nevada. Somos poca cosa para que se acuerden de nosotros meteorólogos y dibujantes de mapas. ¿Para qué? Palencia parece una isla en medio del temporal que resiste incólume las acometidas de los meteorólogos de guardia. No se puede jugar así con la ilusión de los niños. Ni con la mía.
Matías tiene entre labios un puro apagado varias horas atrás. Hojea el periódico y gruñe. De vez en cuando levanta la mirada para vigilar si nieva. No nieva y vuelve los ojos al periódico. Y gruñe. Apenas llega a saludarme cuando me siento a su lado maldiciendo el frío. Cuando voy a pedir mi café él se levanta, se excusa vagamente y murmura no sé qué de “esa jodía niña brasileña”, aquella que de buenas a primeras apareció en el alféizar de una ventana, en pijama y con la persiana bajada detrás, de manera que parecía que alguien la había puesto allí con intenciones de convertirla en calcomanía. Matías me señala con malhumor la noticia en una esquina del periódico: Resulta que según dice la policía la culpable era ella misma, que nadie la había puesto en esa situación, ella sola en plena inconsciencia había creado el problema donde no lo había. Y encima los padres no tienen los pertinentes papeles de residencia en España, por lo que van a ser expulsados. Cojofenomenal avería familiar causada por una infantil inconsciencia.
Matías da media vuelta y me entrega unas servilletas de papel escritas con letra nerviosamente garrapateada. Traduzco, digo bien, eliminando todo lo impublicable: “No es la estupidez el mayor enemigo del hombre. Suele ser fácil detectar la estupidez y ponerle los frenos y el remedio necesario, ningún estúpido suele llegar demasiado lejos. Si esa niña hubiese sido estúpida sus padres habrían previsto cualquier peligro y obrado en consecuencia. No, nuestro mayor enemigo suele ser la inconsciencia. La inconsciencia lleva al hombre a embarcarse en erráticas aventuras cuyo incierto final es puro riesgo. Y es muy difícil de combatir, porque suele ser confundida con serenidad o con presencia de ánimo. Lo que lleva al ciudadano, a algunos ciudadanos, a halagar, aplaudir e incluso votar al inconsciente.
Así, el inconsciente se crece y puede pasar de creer que no hay peligro en sentarse en el alféizar de una ventana a buscar nuevos riesgos que vencer, a creerse capaz de volar, a experimentar vértigos y peligros innecesarios. Exigiendo siempre la confianza de sus incondicionales, (“Tranquilidad, confiad en mí, yo sé lo que hago”) el inconsciente da en inventar una continuidad de problemas antes inexistentes, a cual más irresoluble, y que dejarán ridículo lo de sentarse en el alféizar.
Al final los bomberos tuvieron que ayudar a aquella niña, pero su inconsciencia no arrastraba a nadie más al vacío. El peligro lo corría exclusivamente ella. Su serenidad no era sino desconocimiento de la ley de la gravedad y sus consecuencias sobre un cuerpo humano imprudentemente asomado a la ventana de un segundo piso. Los gobernantes deberían conocer la ley de la gravedad y la del muelle: Cuanto más se aprieta más salta.” Matías dixit.
El neón se apaga y la noche hiela sobre Palencia dormida. Se espera una nieve que no llegará. Por ahora.

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