Palencia es una emoción:

06 abril 2006

ESE DÍA DEL MES

Todos los meses tengo miedo de que me llegue ese día, pero puntual, irremediable e inexorablemente me llega todos los meses. Llevo casi dos años soportando esas molestias e incomodidades una vez por mes. Hoy miércoles me ha vuelto a llegar. Y se lo voy a contar a ustedes.
Misanta cada cuatro o cinco fines de semana se me va a casa de su madre. Y se me va en autobús. Y desde hace muchos años una semana antes reservamos la plaza en la compañía de autobuses Alsa-Enatcar. Hasta hace un par de años no habíamos tenido problemas. Llamábamos, reservábamos la plaza y el viaje estaba asegurado para el día y la hora oportunos. Pero el signo de los tiempos modernos a lo Charlie Chaplin impuso que hace unos dos años la empresa de autobuses suprimiera la atención personal sustituyéndola por una máquina de reconocimiento de voz, que no cobra ni pide la baja. Y no vean la que se monta en mi casa cuando me llega ese día del mes.
Cuando se acerca la fecha Misanta empieza a hacerse la zalamera, me llama cariño y me dice lo bien que me sienta el vaquero y otras barbaridades y disparates que me recuerdan a los tiempos de novios: “Anda, si llamas tú te hago eso que tanto te gusta....”. Y yo me niego y exijo que llame ella. “Anda, que sí, llama, que te lo hago dos veces”. Y ahí me pierdo y cedo, con los nervios de punta, cedo. Siempre. En cierta ocasión me prometí que algún mes conseguiré que sean tres veces, pero hasta el momento siempre he cedido cuando se comprometía a hacerme arroz con leche dos días al mes. Todos los meses acabo por ceder y medio engañado y medio convencido llamo a la empresa de autobuses. Y entonces empieza todo, entonces empieza el rechinar de dientes, el morder uñas y el mesarme las barbas.....
Llamo, el androide me da los buenos días, yo no saludo, faltaría más, y me pregunta que qué quiero. “Pues comprar un billete” espeto inquieto por darle conversación a una máquina. “¿Desde dónde?” me demanda. Desde Palencia, añado. Y luego viene un torrente de preguntas: “¿A dónde? ¿Qué día? ¿A qué hora?” Yo voy y contesto cortésmente a cada una de las mecánicas preguntas. Al final la muy autómata va y me suelta que desde Valencia hasta ese destino no tienen ningún autobús. Mecagüenlapajoleramáquina, joer. Primero, que yo no he dicho Valencia, pero aunque así fuera, y segundo, ¿a qué ha venido tanta inútil pregunta posterior? Y vuelta a empezar, coñe. Empiezo con la uña del pulgar izquierdo. Yo enfatizo la explosiva “P”, tratando de alejarla de la fricativa “V”. Y la máquina que se niega otra vez... pero después de repetirme todas las innecesarias preguntas subsiguientes. Y vuelta a empezar por tercera ocasión. Por fin me digo que me esforzaré en pronunciarlo vulgarmente y ¡Premioooo! La tonta del bote entiende si se le pronuncia mal!!!! Dejo el meñique izquierdo a medias.
Para ese momento Misanta ya hace rato que ha empezado a ir y venir retorciéndose las manos. Inquieta, se sienta a mi lado y se vuelve a levantar casi inmediatamente. “Miraquetodoslosmeseslamismahistoria”. Pero no hemos terminado, ahora la voz mecánica me exige el carné de identidad. ¡A mí me va a pillar! Bien listo que lo tengo, y voy diciendo bien cuidadosamente cada uno de los dígitos, que estoy seguro de que tienen entrenada a la maquinita para que me llame zoquete si me equivoco. Pero seguimos, la robótica cinta de voz todavía no está satisfecha y va y me pide los números de la tarjeta del banco (Hace meses llegado este punto tenía que salir corriendo al cuarto de estar a buscar mi chaqueta, pero ya me pillan entrenado) Y se los leo. Uno por uno, sin equivocarme.
Hemos terminado, por fin puedo relajarme. ¿Hemos terminado? ¡¡Noooooo!! Ahora la insaciable máquina me exige también la fecha de caducidad de la tarjeta.... Joé, pero dónde la he puesto... si la acabo de dejar aquí... Qué susto, coñe, debajo del teléfono se había escondido.... “¿La fecha de caducidad? ¿Pero dónde pone eso? Ah, sí, debe ser esa letra tan pequeña que viene ahí. Oiga, que tengo los años que tengo y eso ya me cuesta verlo. Además el plástico de la tarjeta deslumbra y... espera a ver...” La máquina se impacienta y empieza: “¿Eh?, lo sentimos, no hemos entendido”. Coño, que te esperes, que estoy buscando las gafas de cerca....
A estas alturas la familia ya se empieza a concentrar alrededor de mí. No sé que me molesta más, que se rían de mis apuros o que me compadezcan. Todos los meses. Pero al fin y al cabo he conseguido leer la fecha esa, con dificultades, pero lo he conseguido, ahora sí que puedo relajarme. La puñetera voz metálica empieza a leerme todos los datos, día, hora, precio. Cuando doy mi conformidad empieza a leerme el localizador. ¡¡Leches!! El localizador, otra vez el localizador, busca un boli, un boli, que tengo que apuntar el localizador. Las palabras son mágicas y toda la familia salta compulsivamente a la caza y captura de cualquier elemento escribidor. Cajones, armarios, el revistero, el bolso de Misanta, los bolsillos de mi pijama... No hay manera, mire usté, no aparece un bolígrafo, al muy puñetero no se le pone en las narices hacerse presente.
Y la tía mema de la cinta sigue en sus trece, empeñada en repetirme, quieras que no, el puñetero número localizador, no hay manera de que se espere. A la tercera se cansa, se despide y me deja sin localizador y sin saber si Misanta va a poder irse o no. Me dice que me pasará con un agente, pero pasa el tiempo y una y otra vez me repite, tan mecánica, tan metálica, tan pesadamente como siempre, que todos los agentes están ocupados, que llame más tarde.
Así que vuelvo a llamar, tengo que hablar con un ser humano, alguien que pueda esperar si tengo que buscar un boli, un papel o si me cuesta leer la fecha de caducidad, alguien que me de el puñetero localizador ahora que ya tengo bolígrafo. Intento confundir a la cinta, haciendo extraños ruidos guturales cada vez que me pregunta el origen, el destino o la fecha de mi supuesto viaje. Si la vuelvo loca quizá el sistema dé paso a un empleado... Pero esta máquina se las sabe todas y sin más se despide y cuelga. Sigo sin solución, sigo con el problema, vuelvo a llamar.
Abrevio, lector, que no quiero cansarle más.... Vuelvo a llamar, ahora consigo engañar a la máquina y al cabo de un largo rato hablo con alguien. Con Alguien. La familia aplaude, entusiasmada. Explico lo del localizador y me empieza a preguntar otra vez todos los datos del viaje, origen, destino, día, hora... Su voz suena cálida pero no consigue darme el localizador, imposible, no lo encuentra. Intuyo que debe ser alguna empleada nueva, tal vez una eventual contratada por la previsible avalancha de viajes en Semana Santa, ya próxima. En lugar del quisquilloso localizador me suelta una avalancha de datos... “Largo recorrido... 902... Central de reservas...” Que con eso me vale, dice, que me las arreglaré. He terminado con todas mis uñas.
Los aplausos de mi familia se han tornado en abucheos, me siento humillado. Un soplo de inspiración hace que solicite un teléfono de reclamación.... Vuelvo a llamar, otra vez más, cuento mi historia, la señorita me escucha pacientemente y dice que trasladará mi queja... Estoy seguro de que no valdrá de nada.
En RENFE ya habríamos llegado.

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