Palencia es una emoción:

07 agosto 2009

España arde en coñas populares

En los momentos en que escribo, precipitadamente, estoy terminando de colocar en mi paladar una mínima botella de vino de Rueda, de ésas tan buenas, excelentes, que te regalan cuando compras el vino que te gusta. Estoy en Garón, ese refugio natural, aún con ayuda artificial, que existe en el corazón del desértico, árido y cuasi estéril Cerrato, comarca en trámite de desaparición que comparten Burgos, Valladolid y Palencia.

El vino está fresco y entra con tremenda facilidad, es de calidad. Llamo la atención del lector sobre algo que ya he dicho: “mínima botella de vino”, que nadie alucine, que veo venir a los rigurosos de siempre. A mi alrededor el silencio es total y el frescor, dentro de lo que cabe dados los niveles de calor que está alcanzando toda España, es reconfortante. Paso la mañana leyendo y oxigenándome, que la brisa aunque no es constante es suficiente. Repaso la prensa a la búsqueda de inspiración, el vino no es precisamente la absenta que bebían los poetas franceses.

España arde; la mitad porque está devorada por los incendios, y la otra mitad arde en fiestas, acabo de encontrarme con anuncios de ferias, fiestas y coñas populares en todos los periódicos (Esperen, voy a rellenar por última vez mi copa. Hay que ver qué espléndidamente bueno es el vino de Rueda, aunque no sea éste el que yo suelo beber domingos y fiestas de guardar. Éste es demasiado seco para mi afrutado gusto.) Que España arde, les decía, bien en fuegos, bien en fiestas. Como quiero hablar de fiestas acabaré pronto con el tema de los incendios: Mecagüen los incendiarios y la madre que los parió. Y punto.

España arde en fiestas, no hay pueblo que no reúna multitudes para festejar al santo patrón. O Patrona, seamos políticamente correctos. Y eso que la España zapateril es laica, pero lo de menos es el santo, lo que importa es la jarana. Hace mucho que rechacé las fiestas de los pueblos. De entrada porque odio las multitudes. De siempre. Mira que me molestan, sea a la salida de misa (Soy bicho raro en esta zapateril España, sea dicho de paso, soy católico, por lo tanto sé que soy gilipollas o bicho raro. Que se jodan aquellos a los que no les guste) o a la salida de esos conciertos de órganos que la Diputación organiza en los grandiosos, maravillosos, excepcionales, únicos, geniales órganos de Tierra de Campos, ay, si otros los tuvieran, lo que tendríamos que aguantar su presencia en radio y televisión. Que no, que prefiero la soledad de quien conmigo va y de quien consigo mismo tiene bastante. Y Misanta.

Debe ser el paso de los años, cada vez me gustan menos algunos, y subrayo el indefinido, de mis semejantes. Me acuerdo de las multitudes que solía frecuentar cuando era joven, aunque tenía la disculpa de la edad y de la inconsciencia tanto del momento festivo como del momento histórico. Las fiestas de los pueblos me repelen, me estoy haciendo anciano, más de ánimo que de edad, y rechazo las multitudes malolientes, maleducadas y alcohólicas que frecuentan ferias populares, qué alboroto, otro perrito piloto, como antes frecuentaban ferias ganaderas, la vaca preñada para que el que dé más.

Quizá me gusta España porque no me gustan los españoles (O porque no me guste yo, que no me gusto, cosa que me preocupa entre nada y cero zapatero). Quizá es que no he encontrado los compañeros de viaje vital, ésos que aparte de la propia familia te acompañan en tu singladura por este terrenal mundo, que egoístamente me interesaran.

Quizá es que soy demasiado egoísta, quizá es que soy demasiado interesado. Pero paso de las fiestas de los pueblos, hasta de las del mío. Hace años tuve la mala puntería de presentar un libro justo cuando se iniciaban las fiestas de Venta de Baños. Acudieron los incondicionales y el padre de la alcaldesa, joder, qué puntería.

Ya he perdido la cuenta de los años que hace que no voy a las fiestas de mi pueblo. O de otro, qué más da. O de la capi. Eso sí, el año pasado me tragué entero el concierto (por qué lo llamamos “concierto”, ¿no sería más lógico decir “recital” y dejar “concierto” para asuntos más graves y eclécticos?) de un grupo juvenil de moda (pasajera y absurda, como todas estas modas) por obligaciones familiares. O sea, la Misantita, por cojones.

El caso es que paso de multitudes, paso de juventudes vocingleras, paso de alborotos, paso de ruidos, canciones de borrachos y de olor a churros de feria. Paso de coches de choque, de tragafuegos y de algodón en rama, salvo que las obligaciones familiares me impongan lo contrario, que me lo imponen. Cuando era joven, ¿no lo soy?, odiaba la España de charanga barriobajera y paseo con pipas por la calle mayor. Hoy, desde la soledad, a veces demasiado interrumpida, de la ermita de Garón y la botella de de Rueda, rechazo la España del siglo XXI. Parte de ella sólo, quiero decir. El aislamiento total, o sea el suicidio social, es la alternativa. Amén.

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