Palencia es una emoción:

19 septiembre 2009

Regalo ideas educativas a Esperanza Aguirre

Anda Esperanza Aguirre empeñada en mejorar la educación. Tan bajo ha caído España, tan bajo nos la retratan los informes de las agencias internacionales, que ya no sabemos cómo meterle mano al asunto de las escuelas. Tarimas, consideración de autoridad pública y que los alumnos se levanten cuando el maestro entre en el aula son las aportaciones de la presidenta de Madrid al desarrollo educativo.

Doña Esperanza confunde las cosas, ése no debe ser el comienzo de la reforma educativa que propone el PP sino el final. Cierto que hay que defender a los maestros, quizá incluso haya que tender a estas posturas (personalmente no estoy de acuerdo con las últimas) pero la dignidad de los maestros no debe imponerse a golpe de Boletín Oficial.

El respeto no se obtiene porque haya una tarima o porque la tarima sea más alta, ni se obtiene el respeto de los niños obligándoles a ponerse de pie a la entrada de los profesores. El proceso en todo caso es el inverso, es el previo respeto el que debería provocar determinados gestos en los demás. Esperanza Aguirre confunde las formas con el fondo, así no vamos muy lejos, oiga.

Lo de la tarima y lo de los alumnos en pie nos retrae épocas pasadas como las pelis en blanco y negro (mis preferidas en muchos casos) o los coches de gasógeno. España ya no es así y el asunto rechinaría por todas las esquinas, serviría para bromas y chanzas y hundiría más aún (¿es posible?) el descrédito de los profesores. Ellos mismos carecen del reconocimiento público suficiente para llevarlo a cabo. El respeto debe sentirse porque debe sentirse la “autoritas” de los padres o profesores. Y es ahí donde está la labor a realizar.

Sí debe protegerse a los profesores de la brutalidad de los padres (de aquellos padres brutos, quiero decir) por medio de la ley si es necesario, y lo es actualmente, pero sin embargo lo que es urgente es recuperar el espacio que ha perdido toda representación pública de la autoridad, desde aquella de los padres (Qué tontería más solemne es ésa de que los niños y los padres deben ser amigos) hasta los profesores, guardias urbanos o, déjenme exagerar, los presidentes de la comunidad. De la comunidad de vecinos, digo. Ahí, en recuperar el valor de la autoridad está la madre del cordero de la rectificación educativa.

Lo que hay que combatir es el colegueo general acostumbrado en España, el estúpido igualitarismo de todos los miembros de la sociedad, como si el estudio, el trabajo, la edad y otras razones no otorgaran méritos a unos más que a otros. España se ha deslizado vanamente por ese camino insustancial, tonto y vacío que confunde los derechos individuales, que ciertamente todos tenemos en igualdad, con la categoría humana, social o profesional de los individuos, España rechaza las señales de respeto social como se rechaza al apestado, lo que en definitiva lleva a rechazar el mérito individual.

¿Cómo es posible que señoras ignorantes, iletradas y semianalfabetas pueden permitirse llamar “niñata de mierda que lo haces todo mal” a la directora agredida en Madrid? ¿Esas groseras representantes de la atrasada España de los sesenta, que jamás en su vida han aprendido no ya a leer sino a hablar, han estudiado la carrera de Magisterio en la Universidad de...? ¿Puede permitir la sociedad que nadie corrija tanto analfabetismo, tanta ignorancia, tanta memez colectiva? ¿Tanta agresividad?

Y recuperar ese terreno abandonado al colegueo generalizado, según el cual yo debería tutear al presidente del Gobierno puesto que somos iguales (¿Ke passa contigo, José Luis, tronco?), es la labor a la que deberían empeñarse los políticos sin más demora. Tal y como está el ambiente social actualmente, la tarea es imposible de acometer, para nuestros políticos es superior a los trabajos de Hércules, y si por un milagro se alcanzara el acuerdo social necesario para ello aún pasarían varias generaciones de españoles antes de que el respeto a la autoridad se hiciese común entre nosotros. Antes de que las cualidades individuales volviesen a enmarcar a los ciudadanos más meritorios, excluyéndolos de la masa gris adocenada y vulgar, y otorgándoles el lógico reconocimiento proporcionado a sus méritos.

¿Y quieren los señores responsables del rumbo social que les diga por dónde empezar? Por castigar con pena de destierro a todos los patrocinadores de televisión basura, a todos los que atacan la dignidad humana, a todos los que ningunean los sentimientos humanos. No hay nadie que eduque más, a más gente y más profundamente que la televisión.

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