Palencia es una emoción:

10 noviembre 2009

Desvergüenza, qué dulce es tu nombre



Dicen las encuestas que los políticos se han convertido en uno de nuestros problemas. Yo tiendo a no creerme las encuestas que no me dan la razón, así que ésta sí me la creo.

Se han creado su mundo feliz a su medida; habiéndolos escogido nosotros para servirnos, para facilitarnos la vida, para solucionar nuestros problemas, se han creado un mundo feliz y se han convertido en un problema. ¿Seríamos más felices sin ellos? ¿Tan imprescindibles son?

Vuelve la corrupción a España, si es que alguna vez se había ido, y los políticos se convierten en nuestro problema. A Felipe González le costó el cargo, el honor y mi voto. Quiero creer que lo que más le dolió fue perder el honor, ser rechazado por los ciudadanos. Vuelve la corrupción y vuelve la deshonra de los políticos. De (casi) todos los partidos y de (casi) todas las geografías. Se han convertido los políticos en un problema. En una carga.

Todo poder no les resulta bastante, todos los cargos no les resultan bastantes, todo el dinero no les resulta bastante. Más, siempre quieren más. ¿Para qué? Para poder aspirar a más. A más cargos, a más poder, a más dinero. Y no se les cae la cara de vergüenza. A la esposa de Montilla se le acumulan los cargos. En Valencia se les acumulan las acusaciones. En Madrid se les acumulan los puñales por la espalda. Qué desvergüenza. Y ahora viene Baleares. Queremos saber lo de Mercasevilla.

No ceden, no retroceden, no se preocupan. Acumulan poder, acumulan influencias, acumulan dinero. Y obran con naturalidad, con indiferencia. Presiden, inauguran, sonríen y salen en las fotos. Con desvergüenza. Sabiendo lo que el pueblo ¿soberano? piensa de ellos no les preocupa la foto, siempre tienen una sonrisa, siempre tienen una palabra, siempre tienen un discurso. Con desvergüenza, sin dolor, sin arrepentimiento.

Nosotros tenemos cerca grandes problemas sin solución: una hipoteca a fin de mes, un vecino en el paro y una familia sin ingresos. Y a los políticos todos los días. Pero ellos tienen grandes cargos, grandes comisiones urbanísticas, grandes rivales a los que palmear la espalda entre insultos y puñaladas. Debían ser la solución, pero se han convertido en un problema.

Actúan con desfachatez, con indiferencia, con desvergüenza. Les escogemos para que piensen en nuestros problemas, en nuestras soluciones. Pero piensan en las suyas. Y acumulan cargos, acumulan poder, acumulan influencia, acumulan comisiones urbanísticas. Y acumulan cinismo, impudor, desahogo. Y nos hablan de ética, de moral, de regeneración, de democracia, de justicia.

Su palabrería vana es el truco del prestidigitador que atrae nuestra atención a un punto mientras nos coloca el engaño por otro. Y nos lo creemos. Y les creemos. Y les aplaudimos con satisfacción. Y les reímos la gracia. Cada cuatro años, indefectiblemente. Y ellos sonríen satisfechos, saludan con generosidad, recogen los bártulos y desaparecen con la recaudación. Y a los cuatro años, vuelta a empezar.

¿Es posible que una persona, muy preparada y muy experta, pueda responder adecuada, digna, acertada, profesionalmente y con tiempo suficiente a catorce cargos? Desvergüenza, qué dulce es tu nombre.

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