El descrédito de Cataluña no es sino una parte del descrédito de España, el de una clase política dedicada a mirarse el ombligo y a curarse sus propias frustraciones en la cabeza y el bolsillo del ciudadano, el de una clase política muy alejada de sus ciudadanos, que en aquella región arrastran justificada fama de trabajadores y emprendedores.
Nadie conoce pero todos sospechamos la decisión que hoy va a tomar el electorado catalán, la mitad del electorado catalán, quiero decir, actuando en nombre de todos los votantes. Tal es la decepción que el pueblo catalán siente que en las elecciones que más de cerca le tocan va a volver la espalda a sus políticos, incluidos quienes con más energía reivindican el nombre sacrosanto de Cataluña, incluidos quienes se llenan la boca hablando en nombre de Cataluña, incluidos quienes se creen Cataluña.
El fanatismo del que han hecho gala algunos, fanatismo nacionalista con esas multas por rotular de las que ahora se desdice Montilla, fanatismo anticlerical con aquella foto de Carod en Jerusalén riéndose a mandíbula batiente con una corona de espinas sobre la cabeza, fanatismo financiero con las referencias a que en Andalucía no paga ni Dios, y fanatismo erótico-ridículo con los vídeos electorales, les ha llevado a olvidar los auténticos problemas de la población a la que se supone debían defender, proteger y promocionar: paro, crisis financiera o falta de control de la emigración.
Ese olvido es la mejor manera de alejar a los votantes de las urnas, el mejor caldo de cultivo de posturas extremas y alejadas de soluciones equilibradas y prácticas, la mejor salsa con la que aderezar posturas de enfrentamiento. Los políticos deben estar a servicio del pueblo y no de sus obsesiones particulares, para eso están los divanes de los siquiatras. La versión catalana del frentismo, del revisionismo y de la vaciedad política zapateriles lleva a esto.
A nivel español nos ha enfrentado al abismo de la crisis sin reconocer su existencia hasta ayer por la tarde, sin tomar decisiones difíciles que por su tardanza ahora habrán de ser sacrificios mucho más duros. Mientras las dificultades económicas nos han comido por los pies hemos regalado dinero a espuertas, creyéndonos campeones económicos de Europa, tomando el pelo a los ciudadanos con brotes verdes o despistándonos con celebradísimos campeonatos deportivos que sólo servían para esconder temporalmente la gravedad de nuestra decisión. Hoy Cataluña puede empezar a poner soluciones a sus problemas eligiendo, esperemos que acertadamente, a los nuevos gestores que la lleven a un crecimiento económico. La pregunta que queda en el aire es cuándo podremos hacerlo todos los españoles.
Uno de los cánceres que nos está llevando a estado terminal es la multiplicación de gastos autonómicos. Hay que reducir gastos en todos los niveles reduciendo el tamaño de la Administración, para ello los expertos coinciden en reducir el número de autonomías y de funcionarios autonómicos. ¿Qué tal reunir a todas las autonomías castellanas en una sola? No sólo se reducirían los cargos políticos, coches, despachos, secretarios y el gasto en protocolo, sino también el número de funcionarios. ¿Acaso Madrid no es Castilla, acaso el castellano no nació en lo que hoy se llama La Rioja (o eso se creyó cuando se le puso nombre), acaso Santander no fue el puerto de Castilla, acaso Guadalajara o Toledo no son Castilla?
El descrédito de Cataluña, de los políticos catalanes, es sólo una esquina del descrédito de España, de los políticos españoles.
1 comentario:
Dificilmente se creará una autonomía castellana porque es quitar protagonismo al estado con macroautonomías que pueden llegar a ser poderosas. Hazte a la idea que vivimos en un estado donde lo que prima es lo estatal. Madrid no es Castilla la Mancha porque quieren que sea como un distrito capitalino independiente para que no se identifique con pueblo alguno.
Lo que sí pediría es que desde el castellanismo se reflexione sobre el marco territorial castellano. Si se mete a los leoneses dentro de Castilla lo que se crea es un procedente donde el nacionalismo español buscará que territorios afines a Castilla se integren en una macroCastilla con la simple intención de homogeneizar el estado a través de Castilla. No sería positivo de forma alguna que desvirtuen Castilla como lo hacen. Tan nocivo es la descastellanización de Madrid o La Rioja como la pancastellanización de territorios como León.
No se puede plantear una situación de anexión si los interesados no quieren. Si se quiere son los leoneses los que deben llamar a la puerta, no al revés. Poner a León a la misma altura que territorios castellanos con una identificación de Castilla inconfundible no es nada positivo para Castilla. Se denota falta de conocimiento de Castilla.
Si los leoneses queremos entrar en Castilla es cosa nuestra, repito. Lo que no me cabe en la cabeza, repito nuevamente, es que se nos meta en Castilla sí o sí y se parta territorialmente como territorio castellano en la misma dimensión que esos territorios inconfundiblemente castellanos.
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