Estaba yo disfrutando de las idílicas circunstacias económicas, sociales y políticas de las que democráticamente nos hemos dotado los españoles cuando me encontré varias fotos antiguas, resumen de mis años de estudiante. Y mi mirada se volvió a mis maestros, haciéndome recordar a todos los que tanto y tan inútilmente se esforzaron por hacerme bueno.
Todos ellos, desde la dulce maestra de mis primeras letras en Venta de Baños hasta los últimos profesores que me hicieron comprender todo el bien y todo el mal que se puede encerrar en la mente de un niño y explicarlo en francés e inglés, estaban reunidos en ese montón de fotos, compendio en blanco y negro de una vida desperdiciada en torno a sesudos libros de texto que supuestamente habrían de prepararme para el día de hoy.
Ya ven lo que ha sido de los tenaces intentos de tantos pedagogos, en qué me he convertido con el paso de los años. En qué nos hemos convertido, habría que matizar. Anda que no desparramaron esfuerzos a granel para convertirme en un hombre de provecho; se supone que la educación busca hacernos mejores que las generaciones precedentes, pero ya ve usted, uno hace lo que puede.
Lo que dirían si me vieran ahora aquellos profesores y maestros, cómo se echarían las manos a la cabeza si se encontraran conmigo detrás de una esquina. Se darían cuenta, como usted, lector, de cómo a cualquier cosa le llaman saber o entender y cómo a veces lo aprendido no sirve para nada, salvo, siendo generoso en la interpretación de los hechos, si consideramos que sabiendo hacer alguna cosilla útil sirves a los demás y te puedes integrar taimadamente en una sociedad en la que disimular tus carencias y limitaciones.
Repaso los rostros de quienes se empeñaron en mí y veo en ellos bondad y entrega y amor y generosidad y altruismo y humanidad y echo de menos muchas de esas cosas en nuestra sociedad actual. En qué nos hemos convertido, decía. Hoy, cuando la profesión de maestro está sometida a un pim pam pum general, -sea culpa de políticos populistas, didácticas estrafalarias, burocracia excesiva, profesionales politizados, padres encallecidos o hijos consentidos- aquellos maestros con boina o maestras con velo, retazos de una España desaparecida, son memoria de lo que quisieron hacer de mí y no pudieron. En qué nos hemos convertido.
Y les dejo, me voy a seguir disfrutando de la situación social y económica de la que democráticamente nos hemos dotado los españoles, ay.
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