A mí siempre me han martirizado las gentes a las que les toca la lotería. Sí, me hastían, fastidian, incomodan, importunan y me hartan todos los años. Me enfadan, me disgustan y me desagradan. No, no les conozco, no tengo nada personal, en definitiva deberían traerme al pairo. Pero me fatiga, martiriza y abruma la grosería, la ordinariez y la soplagaitez en general, especialmente si son televisadas. Es lo que me pasa con los premiados del gordo, o del segundo, tercero o cualquiera de los premios principales. A veces me pregunto si son de verdad o son simples figurantes de un anuncio que se repite todos los años en esta fecha para incitarnos a comprar más y más lotería, comprar lotería como posesos a lo largo de todo el año. Al final he llegado a la conclusión de que son de verdad, de que incluso tal vez pudieran sentir esa alegría tan estrepitosa que manifiestan.
Me molesta verles vociferantes, babeantes, gesticulantes, saltantes, malhablantes y excesivamente bacantes. Y tan campantes los muy tunantes. Y no queda más remedio que aceptarlo por más que repases una tras otras las cuarenta cadenas televisantes. Buscas un momento de relax, tal vez durante el aperitivo, quizá antes o después de comer, quizá mientras a media tarde, y encuentras en todas las pantallas la grosería hecha espumoso de la tienda de la esquina. ¿Se verán después en pantalla a sí mismos haciendo el ridículo de manera tan grotesca, simiesca y caricaturesca? Espero que lo hagan, se mueran de vergüenza y no se atrevan a salir a la calle en un par de… vidas.
Los muy infelices creen que tienen la vida resuelta, no caben en sí de gozo y desfilan ante las cámaras diciendo y haciendo una mamarrachada tras otra, mostrando sus déficits, mostrando sus carencias educativas, formativas y expresivas. Acepto que para algunos esos pocos miles de euros que van a recibir sean la salvación, quizá esa hipoteca que no podían pagar, quizá esos estudios que no iban a alcanzar, quizá ese viaje de novios que no pudieron realizar hace cuarenta años… Pero tanta mamarrachada, insensatez y mentecatada pública acaba con mucha frecuencia en un carísimo concesionario de autos locos, en un par de años de impúdica exhibición de sus riquezas y, al cabo, con más deudas de las previamente habidas, no lo digo yo, lo dicen expertos en economía.
Tanto champán barato, calentorro y bebido a morro, comprado deprisa en el súper del barrio, tanta explosiva alegría, tanta indelicadeza mostrada ante toda España es vana, estúpida y frenopática demostración con fuegos artificiales y globos aerostáticos multicolores del pésimo sistema educativo español arrastrado durante décadas. Y no, no estoy hablando de las carencias de conocimientos, ríos, cabos, mares y golfos de todo el mundo, por ejemplo, sino de las carencias de sentido del ridículo, sentido común y sentido del pudor, que debieran ser condiciones inherentes a todo ser vivo que pretendiera ser calificado como humano y recibido en tal sociedad.
Los que más deberían interesarnos son aquellos que nunca salen en la tele exhibiendo sus décimos premiados, ellos son los que mejor se lo montan, los que pasan discretos, ocultos, taimados y disimulados, los que “pillan” una porrada de millones sin que se entere la portera del edificio. Como ese vecino mío, apenas 100 kms. nos separan, al que le tocaron 43 millones de euros en no sé qué lotería europea y al que nadie conoce. Él sí que tiene motivos para dar saltos de alegría, él si que tiene motivos para babear, bailotear y canturrear ante toda España. Bueno, acepto que sobre todo tiene motivos para permanecer oculto, ciertamente.
Y yo le alabo el gusto porque no tiene la indelicadeza de aparecer en televisión profiriendo sonidos propios de las tribus bárbaras que invadieron el imperio romano ni tiene la estulticia de mostrar su bocaza abierta, exhibiendo su carencia de higiene bucal al mismo tiempo que su carencia de higiene mental.
Y es que la boca es el espejo del alma.
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