Se supone que quien tiene el atrevimiento de opinar en público, y más quien está altamente acostumbrado a hacerlo, debe tener una opinión bien formada sobre lo que va a hablar. O callarse.
Recuerdo una tertulia televisiva en la que me hice el mudo sin ningún miramiento al surgir un tema que no tenía preparado, al llegar mi turno simplemente volví la cara hacia el siguiente tertuliano que aunque sorprendido enlazó algunas ideas interesantes. Bueno, pues hoy tengo que escribir mi columnita nocturna sobre la visita del chino que nos ha comprado la deuda, o ha prometido hacerlo, y no sé a qué carta quedarme. Lamentablemente no puedo callarme así que me limitaré a exponer mis dudas para que los lectores se queden bien a gusto crucificándome cuanto quieran.
Pues eso, que ha venido el viceprimer ministro chino y nos ha comprado. Yo siempre he opinado que la solución de España era que nos comprase El Corte Inglés o El Banco Santander (¿Por qué han quitado el “de”?) y nos sacaran a flote. Hombre, luego se me ocurrió que nos podían militarizar a todos, como a los controladores, pero enseguida deseché la idea, a ver si iban a militarizar al estanquero de aquí abajo, a la frutera de la esquina o al tabernero de un poco más allá. Imposible, claro.
La alternativa más viable era que nos comprara China, al parecer. Entre ser rescatados por Europa o comprados por China nuestros prohombres lo han tenido muy clarito: Los hijos de Mao. Era eso o la ruina, trabajar sin cobrar, jubilarse sin pensión y descansar los fines de semana partiéndose los riñones en el puesto de trabajo. Y lo niños, al vertedero más próximo a recuperar cualquier cosa que se pudiera comer o vender. Así que, China, evidentemente.
Lo de China tiene de malo que son unos comunistorros de tres pares. Y eso se suele llamar dictadura. Del proletariado dicen. Y una mierda de rinoceronte. O están todo el día dale que te pego con la hoz y el martillo o no son proletarios. No se puede estar en el despacho y ser proletario, es imposible y además no puede ser. Así que dictadura. Tan cruel como la de Pinochet o Videla. O la de Castro que tanto admiran nuestros intelectuales como Güili Toledo.
Así que convenía comentárselo al viceprimer ministro chino: “Oiga, buen hombre, son ustedes unos dictadores de padre y muy señor mío”. Pero claro, a lo peor se nos cabreaba y no nos compraba la deuda: “Ajalá sus pudráis, pobretones” nos podría haber dicho. Y no nos hemos atrevido a hacerle el comentario. Y al final hasta le habremos dado las gracias. Si a China no le pedimos cuentas porque nos echa una mano (bueno, mil millones de manos), ¿cómo me voy a atrever a decirle al coreano ese o al cubano que son dictadores comunistas? ¿Y para qué, si a lo mejor mañana tengo que pedirles socorro? ¿Acaso puedo ahora criticar a Víctor Manuel y a Willy Toledo…?
Es más, Cuba tiene una ventaja sobre China: No te obligan a pagar la bala con la que te fusilan.
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