Tenía yo por vecino a un anciano muy respetable que con frecuencia subía en el ascensor al mismo tiempo que yo. Se bajaba dos pisos antes y me dejaba un olor nauseabundo. Deduje que aprovechaba el instante en que se abrían las puertas para aliviarse y quedarse tan satisfecho. Durante casi dos semanas me estuvo haciendo la misma jugarreta. Siendo él, como decíamos cuando nos enseñaban a ser educados, una persona de edad, dignidad y gobierno me sentía yo con pocas ganas de avergonzarle y llamarle al orden.
A la segunda semana coincidió con nosotros Maripuri, la chavalita de séptimo A, que está de coge pan y moja. Y ahí ya no pude callarme, que el anciano nos dejara a los dos con el olor y que una muñeca como esa se creyera que era culpa mía, eso ya no lo podía permitir. Así que se lo dije: “Don Prudencio, no me suelte ahora el pedo nuestro de cada día, que hoy está Maripuri”. El hombre, abochornado, bajó la cabeza y salio en un santiamén, sonreí, le di a la tecla del piso y nunca más. Ese día el que se quedó a gusto fui yo.
Así le debió pasar a González Urbaneja, que llevaría mucho tiempo aguantándose las ganas de decirle cuatro cosas a los de Telecinco y por fin explotó y dijo lo que cualquier persona de bien piensa, que habría que desterrar a Paolo Vasile. Bien cómodo que debió quedarse Urbaneja, qué envidia si yo me atreviera siempre a cantar las cuarenta a todos los que se lo merecen.
La verdad es que me parece que muy legal tal vez no sea lo de desterrar a este señor (¿Señor? ¡Anda ya!) así que habría que buscar otra fórmula para devolver a Telecinco todo el mal que está haciendo, toda la basura que está expeliendo, toda la miseria moral de la que está impregnando a la sociedad española, toda la inmundicia que está esparciendo por el paisaje de este parque de atracciones sin visitantes que es España. Si no podemos desterrarle podríamos tal vez obligarle a residir en un estercolero, inyectarle en vena cien horas seguidas de su roña, sumergirle hasta las orejas en sus estólidos sedimentos o en un ingenioso y audaz experimento obligarle a contar la vida de Berlusconi sin nombrar a ninguna mujer.
Telecinco y su máximo dirigente tienen mucha culpa de la bajeza moral de la sociedad española, “todo por la pasta” es su lema, como Berlusconi tiene culpa de la inmensa vergüenza que siente media Italia, la otra media envidia a su líder, a ese punto hemos llegado. Que Telecinco silencie la inmundicia que protagoniza su jefe es síntoma de una enfermedad moral que arranca el alma, bien podrían dedicársele ciclos y ciclos a escarbar todos los despojos éticos que encierra il capo di tutti capi, el italiano dueño de la mitad de las TDT de España.
Si no se les puede enviar al exilio a ambos..., que les echen a los leones cuanto antes.
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