Ser radical puede ser un acto de mala leche, úlcera sangrante o agresividad mal encauzada. Me refiero al radicalismo que hoy vemos en algunos extremistas, no al radicalismo a la italiana de Marco Panella, del que sólo se acordarán quienes ya peinen canas o al menos se queden con las ganas de peinarse.
Ser radical es un acto de intolerancia, de incapacidad de comprender a los demás, de entender sus razones o de admitir que tal ve tengan una mínima parte de razón. Ser radical es negar todo lo que no sea de uno mismo, es negar a los demás, es una forma de envolver políticamente el egoísmo.
Les estoy hablando de los radicales laicistas, intolerantes ideológicos que creen que su agresividad y sus ofensas cambiarán el mundo. Ingenuos, los pobres. Se ha agredido una capilla universitaria o dos y hay más convocatorias pendientes. En especial coincidencia con la Semana Santa se han convocado “procesiones” (Hay robapalabras igual que hay robaperas) laicas que ya en su nombre demuestran que a sus convocantes les falta el gen democrático que ya faltó a muchos en 1936, que carecen de ADN tolerante, tanto como a los que quemaban iglesias como a los que “paseaban” a los rojos de aquellas fechas. Tal para cual.
Esta olla la destapó el radicalismo anticlerical de Zapatero y su abuelo, el mismo Zapa que en las últimas semanas ha aludido públicamente en dos ocasiones a Dios, digo yo si en esto también habrá rectificado, aunque no lo haya hecho público, como también ha rectificado en la defensa del Estado social, sindical y obreril. Después de él no faltaron quienes se subieron al carro para azuzar las vísceras amargadas.
Por si el lector no sabe exactamente de qué estoy hablando le recuerdo el nombre de alguna de estas procesiones laicas: “la Cofradía de la virgen del Mismísimo Coño, la Congregación de la Cruel Inquisición, la hermandad de la Santa Pedofilia o la Cofradía del Papa del Santo Latrocinio.” Como fácilmente puede suponerse los organizadores pretenden seguir el mismo recorrido de las procesiones cristianas. En el pueblo de mi vecina de arriba por menos los echaban al pilón en pleno mes de enero.
Comprendo que haya agnósticos, ateos, librepensadores, laicistas y otras fieras del salón democrático en que nos movemos. Comprendo que se opongan a que haya capillas en las universidades, aunque abundan los ejemplos de universidades extranjeras en las que hay oratorios, lo que ya no comprendo es su necesidad de provocar, su hambre de ofender, su antidemocrática falta de respeto a los sentimientos de los demás.
El cómico Leo Bassi forma parte de este bochornoso espectáculo, de esta agresión a medio camino entre el fascismo y el leninismno, sus espectáculos consisten esencialmente en ofender, faltar al respeto y mindundear a los cristianos. Mira que hay cosas en las que puede uno inspirarse para crear espectáculos bufos, mira que hay infinidad de asuntos que ridiculizar sin molestar ni ofender. Leo Bassi va a ser juzgado por ofensas a los sentimientos religiosos como espero que sean juzgados los provocadores de esas “contramanifas” semanasanteras. A ningún colectivo religioso jamás se le ocurriría burlarse de los profundos sentimientos sindicalistas de mi vecino de enfrente, uno de los carnés más antiguos de los sindicatos de izquierdas. Y aún así no comparo los sentimientos religiosos con los sindicales, conste.
Y se dicen demócratas, es decir respetuosos con la opinión, voluntad y sentimientos de los demás, pero sólo tienen úlcera de duodeno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario