Palencia es una emoción:

06 mayo 2011

El honor de Marta Domínguez

Una sociedad ramplona y sin ética tiene sentido cuando las circunstancias impiden la evolución a una situación mejor. Cuando los jóvenes no pueden estudiar porque desde el primer día están entregados al trabajo para poder subsistir se entiende una sociedad chabacana, murmuradora e ineducada.

En ese caldo de ignorancia pueden comprenderse circunstancias lamentables, sea que dos vecinos se agarren por la pechera o que dos comadres amargadas y retorcidas pongan a caer de un burro la honorabilidad de su vecino de enfrente o de la hija del de más allá.
Pero eso debería ser inaceptable en una sociedad que se dice evolucionada, en la que las masas tienen acceso a la educación gratuita, a los medios de comunicación y en la que se viaja lo suficiente para desterrar la boina a rosca. En el siglo XXI tenemos medios adecuados para saber cuándo debemos dar media vuelta y dejar de escuchar a las dos comadres más arriba aludidas.

Sin embargo esa sociedad evolucionada coexiste con capas sociales en total involución ética; los programas llamados "rosas", si fuéramos sinceramente escatológicos diríamos "marrones", disputan sus respectivas audiencias con series supuestamente cómicas que nos presentan modelos de familia o vecinos claramente zarrapastrosos. El daño que la ficción televisiva española ha hecho a la educación de las capas populares sólo es comparable a la fama de personajes tan repugnantes como "el Paquirrín", "la Esteban" o "la Veneno". Y la cosificación es intencionada.

Vivimos una etapa de máxima preocupación por la educación y la cultura, pero la murmuración, la infamia al ausente, al indefenso o al débil es parte permanente de la forma de ser de personas amargadas, infelices y que arrojan muy intencionada bilis con el insano deseo de causar todo el daño posible. Tienen tanto delito como ellos quienes prestan oídos cobardes, quienes no se dan media vuelta dejando con la palabra en la boca a las malnacidas personas que vomitan tanto veneno como oratoria tienen.

En el paradigmático caso de Marta Domínguez parte de la prensa ha prestado sus páginas para triturar el honor de una atleta y persona ejemplar. Por mucho que batalle por su dignidad y que los tribunales, con el lento paso del tiempo, le vayan dando la razón no hay manera humana de reponer su honra, de compensarle de todas las humillaciones que ha sufrido. Esto pasa cuando una sociedad torpe y cerril presta atención a quien no la merece. Así nos va.

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