Palencia es una emoción:

11 mayo 2011

Usted no sabe con quién está hablando

Esa frase que encabeza este artículo era una de las más usadas en el franquismo. Qué ingenuo fui que siempre creí que la democracia servía para erradicar estas prácticas. Si hubo un día de mi lejana juventud que me decanté por el antifranquismo fue para acabar con esta puñetera frase.

Me repatea, me duele, me molesta, me sangra. Esa frase significa que el que la dice tiene derecho a todo por el simple hecho de ser quien es. Sin más. Por llamarse como se llama, por ser hijo de su conocido padre o por desempeñar o haber desempeñado un determinado puesto. El nombre o el apellido deberían abrir todas las puertas, conceder todas las licencias e inclinar todas las cabezas, según él. Es algo que siempre me molestó. Imagínense que el hijo del alcalde de mi pueblo tuviera acceso a las chavalas más potables de mi pueblo por el mero hecho de ser hijo de su padre. Joé, si yo era también hijo del mío. No, nunca ocurrió que yo sepa tamaña burrada, a mí me quitaban las chavalas sin mayor esfuerzo y sin recurrir a ninguna artimaña.

Pero imagínense que hubiera pasado, pobre de mi traumatizante adolescencia, qué habría sido de mí si además de no ligar por mi propia incapacidad me hubieran quitado una chavala sólo por no ser hijo de un preboste del franquismo local de Venta de Baños. Y donde digo chavala pongan ustedes un puesto de trabajo. O un derecho de cualquier otro tipo. El “Usted no sabe con quién está hablando” servía para asustar al pobre funcionario policial de turno y abrir mil y una posibilidades para el provocador que la enunciaba. O al menos ésa era la intención.

Cuando Adolfo Suárez cortó la cinta que inauguraba la democracia pensé que uno de los mayores méritos del nuevo sistema político era acabar con las desigualdades “por ser vos quien sois”. Se acabaron los enchufes, vamos a competir todos con las mismas posibilidades y según nuestros respectivos méritos. Al día siguiente, o al mes siguiente o a las elecciones siguientes, mi inocencia se vio cruelmente violada por la realidad. Nada había cambiado salvo que ahora escogíamos en las urnas el encargado de jodernos la vida. La democracia formal se había instalado pero no servía para las cosas del día a día, o te defendías a patadas, mordiscos y arañazos o te quedabas fuera del reparto de derechos.

Yo entonces era un joven que estrenaba sus primeras armas profesionales, cargado de inocencia e ingenuidad, que creía que la democracia era el bálsamo de Fierabrás y que con ella la bondad y el amor reinarían en el mundo mundial. Hoy ya estoy cansado de un sistema que no cambia a pesar de la democracia y de todas las buenas intenciones que cada cuatro años nos pasan por la cara los candidatos pero sigo siendo igual de ingenuo. Infinitamente ingenuo. Tórpemente ingenuo. Infantilmente ingenuo. Pilar Rahola dijo la misma frase a unos policías que intentaban multarla cuando era una estrella independentista del circo democrático español. Hace de eso quince o veinte años.

No hemos debido avanzar mucho. La frase me parece un síntoma tercermundista, mísero y repugnante y la acaba de pronunciar Corcuera, el ministro de la patada en la puerta, para entrar en la feria de Sevilla. Nos han vuelto a chulear, el hijo del alcalde nos ha vuelto a “levantar” las chavalas a cuenta de ser hijo de su padre, o de haber desempeñado el cargo que ha desempeñado, qué más da. El caso es que Corcuera les espetó esa chulería propia de bobo solemne a una pareja de municipales de Sevilla para entrar en la Feria. ¿Saben? Lo peor del caso es que terminó por funcionarle.

Otro mito en el que yo creí cuando todavía tenía flequillo era que la izquierda buscaba siempre la justicia, el equilibrio social, la equiparación de derechos, la democracia, los valores superiores y otras zarandajas semejantes. Afortunadamente hace ya mucho que se me cayó el pelo.

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