Se dispara la rumorología, (José
María García afirmaba que era la antesala de la noticia) y numerosos digitales
anuncian ya la salida de Franco, bueno, de su cadáver, del monasterio del Valle
de los Caídos.
Lo de la ley de memoria histórica
me ha parecido siempre una mezcolanza zapateril, a medio camino entre la
revancha, banderín de enganche de nostálgicos y tapadera ideológica de sus
sonados fracasos económicos. Si les soy sincero hace mucho tiempo que dejó de
preocuparme el pasado, me interesa más el futuro, asunto del que alguno de
nuestros actuales gobernantes quiere desligarse. Y ahí, en el futuro, está la
madre de todas las batallas.
Convenía más dejar que los
muertos enterraran a sus muertos y pensar en los vivos. Zapatero será un muerto
viviente durante el mes y medio que falta hasta las elecciones y Rubalcaba es
demasiado vivo. Si agitan el espantajo de Franco y el PP embiste... todavía
pueden apañar una dulce derrota. Una dulce derrota de PP o PSOE es la sangre
que revitaliza el nacionalismo disgregador, clasista y racista que en estos
días agitan a su conveniencia Mas y Durán. Y de momento no quiero echar la
vista atrás y revisar el Rh de Arzallus y compaña.
Cuando ya no quedan franquistas de menos de ochenta años me importa poco lo que pase con
el sepulcro de Franco pero removerlo ahora sólo serviría para agitar a
extremistas de uno y otro signo. Pros y contras pretenderían revivir la guerra
civil, unos para ganarla y otros para volver a ganarla. Y si algo hemos
aprendido en estos ochenta años es a librarnos de ellos.
Me mosquea, perdonen ustedes el
populacherismo pero me ha salido así, que empiecen a revolvernos el pasado, con
lo lejos que queda, con lo olvidado que está, porque sospecho que quizá lo que
intenten sea anestesiarnos con él y ocultarnos el futuro, quitárnoslo o incluso
cobrárnoslo. Bueno, o tal vez amenazarnos con él, son capaces.
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