A la tontería actual de Cataluña,
con una sociedad enfrentada, hemos llegado por consenso. Todos nuestros
gobernantes de los últimos años han colaborado necesariamente en este esprín de
estupideces cometidas por gobernantes chabacanos, barriobajeros y sin sentido
de responsabilidad democrática.
A los dirigentes catalanes de los
últimos años se les ha consentido de todo, se les ha animado y jaleado, con la imprudente
idea de que “alguna vez pararán” o de que su irresponsabilidad no alcanzase
nunca los epopéyicos niveles actuales. Desde los primeros tiempos de la
democracia se les ha reído las gracias, se les ha pagado por su apoyo en la
Cortes con leyes que solo ellos pedían y jamás se ha puesto el pie contra la
pared ante sus abusos en el tema de la coexistencia de las dos lenguas
oficiales, de la manipulación de las escuelas o de las repetidas desobediencias
a los tribunales. Con repetidos encogimientos de hombros eran recibidas sus
baladronadas y sus ilegalidades por presidentes que hablaban catalán en la intimidad
o que prometían aceptar sin rechistar “cuanto saliera del Parlamento catalán”,
sin esperar a saber lo que iba a salir
de la reforma del Estatut.
Las instituciones, el Estado, han
callado durante décadas, dejando la legalidad de lado, abandonando a los
catalanes no catalanistas, aceptando que se persiguiese a quien no pensase como
la Generalitat ordenaba. Durante años el gobierno catalán ha gastado millones
de euros en apoyar una prensa sumisa, subvencionada con los impuestos de todos,
mientras quienes debían defender el bien común callaban culpablemente. La
izquierda, porque su idea de España es modificable, etérea, insustancial,
acomodaticia, porque su concepto de nación está sujeto a la dirección del
viento; la derecha, porque nada la paraba con tal de gobernar.
España ha callado y consentido.
Ha dejado que los medios de comunicación subvencionados hablaran contra ella,
que las escuelas enseñaran contra ella, que las discriminaciones a los
castellanoparlantes presionaran a los pocos que se atrevían a disentir de la verdad oficial. Nunca el Estado alzó su
voz para protestar contra el adoctrinamiento escolar, contra las banderas
quemadas (¿por qué Francia si lo hace y lo rechaza y no se los cataloga, como
harían aquí nacionalistas e izquierdistas, como intolerantes, fanáticos
“francesistas” o nacionalistas excluyentes?) …nunca el Estado, decía, movió un
dedo para impedir a los nacionalistas esta fiesta de fanatismo, intransigencia e
imposición. Convenía a la estúpida e ineficaz derecha del PP y a la acomplejada,
limitada y torpe izquierda del PSOE.
Y durante décadas, como ocurriría
con un adolescente al que nadie limitara sus disparates, los culpables se han
ido creciendo, aumentando su seguridad y confianza en el convencimiento de que
nadie, hicieran lo que hicieran, se atrevería a ponerles freno. El Estado, este
Estado del PPSOE, ha callado miserablemente pensando que no llegarían tan
lejos, nunca se atreverían a tanto. La esperpéntica sesión de su Parlamento es
solo la última prueba entre ridícula y penosa, de que estaban equivocados.
Los nacionalistas en este tiempo
han ido ahormando a la sociedad, a su sociedad. La han convencido primero y
movilizado después. De modo y manera que parece que toda Cataluña es
nacionalista al 100%, se han apropiado del nombre, la voluntad y los sueños de
todos los catalanes. Con la connivencia del Estado, de España.
A nadie se le ocurrió, no fueran
a enfadarse los nacionalistas, corresponder a sus manipulaciones históricas con
la verdad; a nadie se le ocurrió defender la idea de España en una TV3 que
insultaba a España (¿Se habría consentido esto en Francia, Alemania o EEUU? Y a
nadie se le ocurre criticar la pureza de sus valores democráticos). A nadie se
le ocurrió echar el freno a las instituciones que enseñaban el odio antiespañol
en las escuelas. A la derecha jamás le habría convenido, a la izquierda jamás
le habría interesado. Toda la propaganda, toda la publicidad, toda la
–permítanme- comedura de coco se dirigía siempre en la misma dirección, sin
obstáculos, sin oposición.
Así solo la sociedad nacionalista
estaba organizada, pastoreada, unida. Así parecían ser toda Cataluña. Los demás
no existían porque nadie decidió jamás darle voz, darles protagonismo, unirlos
con una idea, con un objetivo lícito y democrático. Se dejó a los catalanes no
nacionalistas solos y aislados en medio de un mare magnum de agit-prop. No
parecían existir catalanes con sentimientos de españolidad… Ni empresarios, ni
organizaciones populares, ni asociaciones de vecinos hablaban más que en un
sentido, siempre en el mismo. Solo ahora, en las horas finales, cuando el gran
problema está ya creado, cuando la solución es más difícil e improbable se oyen
sus voces. Siempre sin el apoyo que el Estado debiera darles.
1 comentario:
¿Cataluña independiente y ya se acabó España?: Nada de eso, inmediatamente si se permite seguir "el juego" van a anexionarse las Baleares, luego Valencia, simplemente inventando excusas con el idioma propio de esas regiones. Son como lobos, de la misma raza que los que mandan en Madrid y se disputan el territorio, pero no quieren solo mandar en Cataluña sino en toda España.
Yo a veces pienso: ¿y qué más nos da a los de a pié que manden unos u otros, si son los mismos y entre ellos se entienden bien con manipulaciones y con televisiones? De hecho los que me dan pena son esas personas-ovejas que van a jalear con banderolas a una u otra facción.
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