Pensar que las víctimas de ETA son tontas puede ser uno de los muchos defectos que acarree ser amigo de asesinos. Para ser amigo de una banda organizada de asesinos (iba a añadir “hitlerianos” pero no faltaría quien me recordase que más bien son estalinistas) hay que ser especialmente estúpido, ideológicamente sectario y carecer de sentimientos humanos.
Solamente quien reúna estas cualidades y otras del mismo tipo puede pensar que en el País Vasco ha habido dos bandos enfrentados, dos bandos que cada mañana o a la puesta del sol se citaban en el O.K. Corral para batirse frente a frente. Igualar a un asesino caído en un enfrentamiento con las fuerzas de la Democracia cuando iba a asesinar a un concejal de pueblo con ese mismo concejal que empleaba su tiempo libre en mejorar su pueblo o su barrio es sólo propio de mentes retorcidas, hipócritas y de cabezas ayunas de neuronas en funcionamiento. Igualarlos, poner a uno en el debe y a otro en el haber de la misma contabilidad es propio de contables de las tramas de corrupción que asolan España, sólo que en este caso son contables que escriben con sangre.
Sólo los más sectarios, los más torpes, los más iletrados, los más asilvestrados, los más asnos, los más necios, los más analfabetos sociales, los más sectarios (ah, perdón, ya lo había dicho), los más incompetentes, los más carentes de fundamentos democráticos, pueden meter en el mismo discurso a unos y a otros.
Sin embargo, tal y como están ahora los asuntos políticos en el País Vasco es muy posible que esos iletrados en democracia, sean hitlerianos o estalinistas, logren sus propósitos. Es sólo una cuestión de número. Durante años entre 100.000 y 200.000 ciudadanos vascos han tenido que irse de su casa, de su pueblo, de su provincia. Durante todos estos años se ha producido una limpieza ideológica que ha terminado por eliminar a esos votantes de las listas del censo electoral, inclinando la balanza hacia el lado que interesaba a los pistoleros y sus ignaros amigos.
Urge remediarlo para beneficiar a la democracia, para desenmascarar a los fascistas (bueno, a los leninistas), para reequilibrar la balanza de la Justicia social y de la Justicia electoral. Y para devolver el honor robado a las buenas gentes del País Vasco, para devolver el honor al País Vasco, saqueado por las hordas asesinas.
El poder de los asesinos, los mismos que han jurado disolverse y no volver a matar, es tal que esas decenas de miles de ciudadanos no pueden volver a su casa, a su negocio, a la que había sido su vida, porque que estos demócratas de pacotilla, éstos que juran la Constitución por imperativo legal y sus amiguetes en cada rincón de Euskadi no se lo permiten. Y esto se ha producido durante décadas con el silencio cómplice de un PNV que se beneficiaba, que recogía así las nueces que otros derribaban. Cabe decir que ni PP ni PSOE han clamado con suficiente fuerza, con suficiente insistencia ni lo han hecho en los foros adecuados para remediar esta infecta situación.
La ley debe defender la Democracia, la Ley debe proporcionar los mecanismos necesarios para solucionar este desorden electoral que beneficia a los asesinos y sus aliados y colaboradores; la Democracia debe facilitar que esas ciento cincuenta mil personas puedan colaborar en las decisiones sobre el futuro del País Vasco desde donde se hayan visto forzados a residir. Forzados por las armas, no sé si debo aclararlo.
Es un deber de la Democracia para los demócratas, es una obligación de los demócratas contra los fascistas. O estalinistas, qué más da.
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