Palencia es una emoción:

31 diciembre 2011

De Campoo y de Castilla



Aún faltan horas para amanecer y sobre la noble villa las alturas arrojan hielo que cubre de blanco tejados y terrazas. Desde las vecinas montañas los vientos descienden fríos y se lanzan a dominar los páramos, se acaba el año y sobre Campoo se desploman las temperaturas. Hace siglos que el pueblo prefirió trasladarse al llano y simplemente inclinarse para beber de las aguas de su río. El Pisuerga todavía es joven impúber al pasar por Aguilar, juega por sus alrededores endulzando con su ribera el ocio de los ciudadanos, y después se aleja contento y saltarín a rasgar mansamente la meseta hasta entregarse en manos del Duero, allá por Simancas, pasado Valladolid.

Abandonado quedó el férreo castillo ruinoso que antes vigilaba estrechamente la vida del lugar y que es ahora altivo estandarte que desde lejos señala al viajero que entra en tierras cargadas de historia y leyenda. Todavía si el transeúnte no es impaciente y escucha con atención se oyen voces que demandan el santo y seña o que preguntan cuánto falta para el cambio de guardia. Quizá todavía se pueda oír el recio martillear de los canteros medievales que han dejado sus marcas en los sillares de Santa Cecilia, algo más abajo, sobre la ladera. Mientras sus capiteles enseñan con milenaria didáctica ingenua escenas de las Sagradas Escrituras, su torre se inclina arriesgadamente sobre el pueblo para contemplar el ajetreo industrial de una villa volcada en su futuro industrial.

El aire de vainilla que cubre toda la ciudad llega también a Santa María, envuelta en legendarios mitos y sacras leyendas; por su claustro aún deambulan monjes premostratenses que desafían al duro invierno de la montaña y permanecen ajenos al devenir comercial y fabril del nuevo Aguilar. Más allá, en el centro, los soportales, acogedora sombra en verano y protector paraguas en invierno, amparan la modernidad de la villa sin olvidar las tradiciones castellanas de Campoo. Bajo ellos trascurre la vida de la plaza mayor; comercio, turismo e industria se reúnen en ella todas las mañanas para celebrar un aquelarre de modernidad y progreso y pactar el desarrollo y el futuro de sus habitantes. Comerciantes y clientes, abogados y representantes, clérigos y artesanos, patronos y obreros son la sangre que vitaliza la villa que haciendo burla a la crisis se ha convertido en el segundo núcleo urbano de Palencia, que sin renunciar a su esencia histórica castellana mira cara a cara al futuro.

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