Todos los españoles sabemos, yo también, que estamos ante un gravísimo problema económico, tanto a nivel nacional como internacional. De este modo todos tenemos centrada la atención en las medidas con las que el nuevo gobierno pretenderá solucionar nuestros problemas, con nuestros ahorros, con nuestros sueldos y con nuestras pensiones. Primum vivere, deinde filosofare, ciertamente.
La gravedad de la situación hará que todos volvamos nuestros ojos a nuestras carteras, nuestra economía y las medidas impactantes que tomará Mariano Rajoy. Sin más éstas serán las noticias que a todos nos interesen durante el próximo decenio, las que ocupen los titulares y las más seguidas en Internet.
Pero la decadencia económica va acompañada de la decadencia moral; la dignidad social suele arrastrarse más cuanto más preocupados estemos de nuestros bolsillos. Hay muchas materias no económicas en las que también somos paupérrimos. Que estemos preocupados de si vamos a comer mañana es lógico pero no debe hacernos olvidar otras carencias de la ciudadanía.
Que parte de la juventud se emborrache como hábito ya tradicional sin que nadie parezca dar al asunto la importancia de desorden social que tiene; que las relaciones sexuales se inicien cada vez más precozmente y se hayan vuelto cuestión intrascendente sin que se hable de valores humanos y morales; que algunos programas de televisión vulneren el horario infantil exhibiendo la desvergüenza más chabacana, barriobajera y soez delante de niños de primaria; que la incultura de determinadas capas sociales convierta en éxito de audiencia las tertulias televisivas basadas en la patochada, la ordinariez, el insulto, el vocerío; que esté relativamente tolerada la inmoralidad de la corrupción en determinados ambientes de poder; que la cultura del esfuerzo, de la entrega haya sido suplantada por la cultura del “todo vale si me gusta” son muestras inequívocas de la decadencia moral de una sociedad basada únicamente en el éxito monetario y en el progreso material, ignorado otros valores ajenos a lo meramente tangible.
Puede que el lector haya concluido erróneamente que estoy hablando de religión, de alguna en concreto, pero sólo estoy hablando de valores espirituales, que no es lo mismo, y de valores humanos superiores, ajenos al pragmático “tanto tienes, tanto vales” que nuestra juventud ha cambiado por el sexista “tan bueno estás, tanto vales”. Vivimos en una sociedad que ha puesto su empeño único en el desarrollo material que, como fácilmente se ve en las actuales circunstancias, es un desarrollo desequilibrado y falaz. Para avanzar hacen falta al menos dos puntos de apoyo porque corremos el riesgo de partirnos la crisma bursátil, económica y laboral. Y humana, claro.
Todos los grandes imperios han caído, la historia de la Humanidad es una sucesión de civilizaciones en auge y decadencia sustituidas sin fin por nuevas culturas; estamos luchando desesperadamente para impedir la desaparición de la nuestra, fijándonos nuevos esfuerzos y más sacrificios populares, por cierto, casi siempre para los más débiles. El gobierno tiene ante sí una gigantesca tarea para recuperar la sociedad del bienestar, lamentablemente sólo parece existir emergencia económica.
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