Queridas siempre ha habido; los
prohombres (qué estupidez de palabra, cuánto me gusta recuperarla) de la
burguesía siempre han tenido querindongas a las que ponían piso. Era sin
embargo un asunto estrictamente privado y mantenido dentro del ámbito familiar,
pues siendo una conducta privada a nadie más afectaba.
Que los reyes tengan queridas,
apellídese como se apellide la monarquía, pertenezcan los reyes a las casas que
pertenezcan, también ha sido habitual a lo largo de la historia del mundo. Sin embargo a reyes y dirigentes políticos siempre se les había demandado un determinado comportamiento público, siempre
tenían unas rígidas costumbres sociales a las que sujetarse. Se les pide, se
les pedía, una ética ejemplar y un comportamiento digno del sentido etimológico
de la palabra “líder”: el que va delante, el que es seguido por los demás. Se
les pedía una conducta edificante pues el ejemplo es la mejor manera de
edificar una sociedad.
Del actual Rey de España siempre
se ha comentado la liberalidad que en estos escabrosos terrenos ha tenido, son
varias las amantes que popularmente se le han adjudicado, siempre he pensado que
con más leyenda y exageración que exactitud, sin que la casa real dijera una
palabra oficial. En la actualidad, tras el escabroso asunto de la caza de elefantes
y que ha implicado abandono en secreto de la nación y en momentos de grave
dificultad, hemos conocido una nueva amante que incluso ha aparecido fotografiada
bajando del avión, caminando detrás del Rey y ante una guardia formada
respetuosa y ceremoniosamente.
Todo ello sigue ocurriendo sin
que sepamos si el interesado va a cambiar su conducta irregular, irrespetuosa y
digna de toda crítica moral. España se ríe y se lamenta pero no se escandaliza
aún cuando los cuernos reales son más notorios que nunca, aun cuando la reina
de España, esposa formal y legal del monarca, empiece a dar las primeras
señales de hartazgo “cornamental”. La
decrepitud moral se extiende por España con indiferencia sin que nadie se
atreva a decirle al rey no sólo que va desnudo sino que con su ejemplo está
desnudando a toda la sociedad.
Cuando las crisis son más grandes
y más profundas, cuando las personas y los países atraviesan las más grandes
dificultades, suelen ser tiempos dados a las rectificaciones. España debe rectificar
su triste sino de corrupción política, desde Baleares a Andalucía, su
decaimiento social en el que el dinero justifica todo, en que la juventud
piensa que el alcohol y sexo representan la más correcta manera de relacionarse,
y su ocaso moral en el que el rey de España puede tener amantes públicas sin
sonrojarse. La inmoralidad impregna todo el país, empapando a todos sus miembros
y sus capas sociales del hedor de la indignidad. Si fuese sólo su vida privada
sería sólo un asunto personal o familiar, cuando la inmoralidad es pública el
problema es de todos.
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