Cuando era niño en mi casa oía
con frecuencia hablar de un concejal que entró en el ayuntamiento preguntando:
“A ver, de qué hablamos hoy, que voy a votar en contra”. En realidad no sé si
la anécdota es real o ficticia pero en mi casa ha servido durante años como
conversación para referirnos a aquellos que están en contra de todo porque sí,
sin un razonamiento previo imprescindible.
Recientemente he vivido alguna
conversación futbolística de una ¿señora? que se burlaba de los barcelonistas
cuando perdía el Barcelona, haciendo cuanta sangre podía en los simpatizantes incautos
que la escuchaban. Naturalmente el día que el Real Madrid perdió, lejos de
animar a los madridistas, utilizó las mismas armas anteriores para burlarse de
los forofos. La pobre mujeruca, diz que con estudios, iba siempre a la contra, volcando
su amargura existencial allá por donde pasaba, poniendo su alegría de vivir en
molestar a los demás.
Algo así ha ocurrido
recientemente con las juventudes socialistas andaluzas, sedicientes demócratas,
que se ven postrados ante la justicia por atacar innecesariamente los
sentimientos religiosos de muchos ciudadanos. Criticar a la Iglesia es fácil,
puede ser bueno e incluso conveniente en algún caso, pero de ello a organizar
una campaña de mofa de los sentimientos religiosos de los ciudadanos y comparar
un preservativo con la consagración media el abismo que existe entre el respeto
crítico y la ofensa innecesaria. Y luego se quejan de los abucheos a Zapatero
en la Universidad Católica de Ávila.
Hoy vemos que numerosos políticos
de prestigio, reelegidos frecuentemente por los ciudadanos, basan su actuación
política en la oposición, o en la oposición de la oposición, olvidando que la
colaboración es muy digna manera de hacer política. Lamentablemente algunos
piensan que digan lo que digan sus rivales ellos deben siempre ponerse en
contra. Porque autodefinirse como demócrata es un marchamo que algunos utilizan
para atacar los derechos de los demás.
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