No recuerdo ya los años que llevo
siguiendo “No es un día cualquiera”. Me acompaña todos los fines de semana
desde hace mucho tiempo, forma parte imprescindible de mi alimento espiritual
tanto del sábado como del domingo cuando salgo a oxigenarme: físicamente
corriendo arriba y abajo la ribera del Carrión, desde la universidad hasta San
Miguel, y anímicamente con los comentarios e intervenciones de los invitados
del programa, acertados, entretenidos y convincentes.
No voy a gastar una sola línea en
defender la calidad profesional de cuantos intervienen en él, desde quienes dan
la voz a quienes manejan los mandos, porque estoy convencido de que no es ésa
la cuestión que analizan aquellos de quienes depende la presencia o no de esta emisión
en las ondas.
Para mi sorpresa ésta es una de
las piezas que el gobierno quiere cobrarse al hacerse cargo de la dirección de
Radio Nacional. En un panorama español tristemente sombrío y enfermizamente politizado,
que ha hecho del choque la manera cotidiana de sobrellevar la vida, hasta
parece que un programa de entretenimiento debe ser objeto de disputa. Cabe
suponer que Pepa Fernández tenga su propia ideología como todo ciudadano, pero
habrá de admitirse que es extremadamente cuidadosa y discreta para no trasmitirla
a los escuchantes, mostrándose siempre por encima de la batalla partidista cotidiana.
Cierto que algunos de sus
invitados habituales son conocidos por su declarado credo político pero en “No
es un día cualquiera” siempre se han manifestado dentro de un absoluto respeto,
sin sectarismos ni críticas exageradas o desproporcionadas. En algún caso la
popular presentadora ha reconducido acertadamente las circunstancias. Se trata
básicamente de un programa “blanco” que seguimos miles de oyentes de todas las
ideologías y maneras de pensar.
Si se suprimiera este programa
del fin de semana supondría uno más de la colección de actos sectarios que
jalonan la política informativa de los partidos, siempre preocupados por
dirigir su programación parcial a las neuronas de los potenciales votantes. El
gobierno estaría en su derecho, quizá simplemente porque todos lo hacen y
porque somos así, pero sería un error que demostraría a todos los seguidores
del programa (insisto: de ideología variopinta) que alguien no busca el bien de
la emisora sino el bien de su bandería.
Hacer mi recorrido habitual aguas
arriba y abajo del río Carrión los fines de semana del próximo curso será
infinitamente más duro si no puedo contar con la reconfortante presencia de “No
es un día cualquiera”
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