El sábado ha sido frío en Palencia y la Calle Mayor aparece semidesierta. Ilógico en el último sábado de
junio. Yo mismo contra mi costumbre habitual salgo a dar un paseo y disfrutar
de la ciudad.
Las terrazas están vacías y sus
habituales se refugian en el interior. Las barras están muy pobladas y hasta
hay cola para sentarse a las mesas. Encuentro acomodo en una esquina, pido mi
consumición y de pronto oigo a mi lado una risa centelleante. A la vez veo
revolotear una melena rubia que va y viene llamativamente.
Mucha carne a la vista;
camisetita de tirantes perfectamente ceñida, profundo escote pregonando la
mercancía, abundante maquillaje sabiamente distribuido por la cara. Airosa
cintura al descubierto, bronceado cuidadosamente mimado. Y minifalda bajo la
que asoman unas larguísimas piernas que finalmente desembocan en zapatos de
aguja. La niña está todo lo buenorra que pretendió cuando empezó a engalanarse.
Enhorabuena, objetivo cumplido.
A su lado estaba sin duda el
objeto de sus desvelos: barba de tres días, sucio y gastado pantalón vaquero
cortado a media pantorrilla, camiseta marrón desvaído con un incomprensible
mensaje en alguna lengua bárbara, ni rastro de haber acercado un peine a su
poblada coronilla. Evidentemente el descuidado aspecto es voluntariamente
buscado.
Levanto la vista y veo que con
ciertas variaciones el paisaje general es semejante: Ellas parecen siempre
vestidas para acudir a la fiesta del palacio real mientras ellos, aquí el
registro es más amplio, prefieren el aspecto descuidado, incluso ligeramente
desastrado. El contraste se me hace llamativo.
Ignoro el motivo por el cual
ellas deben proclamar espectacularmente su magnificencia física. ¿Qué les exige
hacer obvios, en algunos casos burdamente obvios, sus encantos ¿naturales?
mientras a nosotros se nos permite ir guarretes? ¿Dónde queda la revolución
femenina? ¿Dónde están, porque sin duda existen, las mujeres que prefieren ser
consideradas por otros valores personales que no sea el volumen de sus escotes
o la longitud de sus extremidades?
Tanto progreso en igualdad social
no ha logrado que nuestra sociedad considere a la mujer por su valor
profesional o por su valía personal. Seguimos en el siglo XXI bajo el yugo de
los anuncios con señoras preorgásmicas. Sin caer en las mujeres masculinas del
feminismo de los años ochenta tiene que haber un punto medio en el que no
valoremos a la mujer por lo buenorra que está.
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