Tras su primer año de mandato el presidente
del gobierno se siente a gusto en su puesto, se encuentra especialmente
satisfecho con la reforma laboral y considera que los problemas están
encarrilados. Infeliz.
Antes de que me lo recuerden
algunos lectores: sí, sé que no podemos hablar del presente y del futuro sin hablar
necesariamente de la herencia recibida y de la nefasta tarea del anterior
presidente del gobierno, elegido simplemente por su partido porque Pasqual Maragall
le prestó los votos necesarios pensando que era el más maleable, moldeable y
manejable de los candidatos para sus intenciones catalanistas. Sin la pésima
labor de este seudosocialista, pésima labor reconocida ya por algunos de los
suyos, no estaríamos dándonos de tortas con la presente realidad.
Pero queda Rajoy. Con lo fácil
que lo tenía. Cuando un nuevo entrenador sustituye a otro desacreditado por la
realidad de las derrotas o del descenso basta con no parecerse al anterior para
ser elogiado. Y sin embargo… y sin embargo, Rajoy.
Ha tenido delante la gran
oportunidad de sacar adelante un Estado casi fallido, con lo fácil que tenía
que resultar reformar las estructuras del Estado, recortar cargos, cerrar
delegaciones innecesarias, unir autonomías prescindibles, evitar subvenciones
parasitarias, suprimir estructuras de poder obsoletas, acordar ahorros con los
rivales políticos, acordar leyes…
Y las Cajas de Ahorro ¿Cabe mayor
desaguisado que el cometido en Bankia, en Caja España-Caja Duero o cualquier
otro nombre presente en la mente de todos los españoles? ¿La persona que pone
su firma en el BOE no podía haber hecho algo contra esas indemnizaciones
millonarias a tanto directivo fraudulento, a tanto chorizo engominado? ¿Nadie
podía haber perseguido el saqueo de las cuentas públicas, no se podía hacer
nada por defender la decencia en la función pública?
Al fin y al cabo resultó mucho
más fácil recortar el sueldo de los funcionarios como ya había hecho su
predecesor, congelar pensiones como ya había hecho su predecesor, alargar la
edad laboral como ya habían hecho sus predecesores, endurecer las condiciones
de cotización como ya habían hecho sus predecesores, facilitar los despidos
como ya habían hecho sus predecesores… pero llevándolo todo al extremo, dando
un golpe más de tuerca, suprimiendo maestros, suprimiendo médicos, recortando
el presupuesto de las escuelas, de los hospitales, de las universidades. Nada
hizo, como sus predecesores, contra los privilegios de los diputados, nada
contra los sueldos de infarto de alcalduchos pueblerinos, nada contra las
prebendas de los infinitos cargos autonómicos. Nada hizo en defensa de los más
débiles, ancianos “despensionados”, enfermos que ahora tienen que pagarse parte
de sus recetas y de sus ambulancias, niños con menos maestros, profesionales autónomos
sin profesión y sin autonomía... Y los partidos políticos y sindicatos
multisubvencionados, eso sí.
Nada hizo, en fin, contra un
Estado autonómico hiperdesarrollado, megalómano y manirroto, nada hizo por
unificar autonomías inventadas y reducir parlamentos, presidentes, defensores y
defensorillos del pueblo, ministros y ministrillos, coches y despachos,
alfombras y maletines. Nada, salvo hacer daño a los más débiles. Con la mejor
de sus intenciones, claro. Como su predecesor.
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