No, no puedo decir que haya visto venir
la crisis de Podemos, pero si uno se detiene a pensar su trayectoria en los
últimos meses se descubre que la situación es bastante lógica. En su afán de
ganar votos, recordemos que hubo un momento en que Pablo Iglesias estaba convencido
de poder ganar las elecciones, el partido que nació en la Puerta del Sol, que
nació de los más desfavorecidos, de los indignados, ha emprendido una ruta
hacia el centro político que le hace parecerse bastante poco a aquellos ciudadanos
que lo promocionaron.
España le había prestado su apoyo
en busca de una regeneración que se necesitaba urgentemente; puestos a castigar
a “la casta” nada mejor que quienes renunciaban a ella, quienes la acusaban,
quienes la rechazaban, quienes la menospreciaban. España había puesto sus
ojitos enamorados en este grupo de nuevos políticos, con nuevas formas, nuevos
valores y nueva retórica.
Contradictoriamente esos nuevos
valores resultaban tan antiguos como Marx, Lenin y la dictadura. No hay régimen
político más antiguo que las dictaduras. Ni más de moda. Su asociación
ideológica con el castrismo o el chavismo les ligaba a la radicalidad, a la
antidemocracia, al socialismo más vetusto y antañón. Y más antidemocrático. La
izquierda radical de nuevo nadando entre dos aguas: la defensa de la libertad
con la boca pequeña y la defensa de la dictadura del proletariado.
Para ir “pillando” votos y
alcanzando poder su discurso se ha ido moderando en las últimas semanas, ya
había decidido dejar de hablar de la “casta”, quizá como señal de que habían
sido subsumidos por ella. Todos sus esfuerzos estaban en la moderación, en
echar pieles de cordero capitalista sobre sus cuerpos de lobo bolivariano, en
suavizar su perfil rompedor, en demostrar que nada tenían que ver con aquellos
que les estaban patrocinando…
Contradictoriamente no iban
ganando simpatizantes sino perdiéndolos; cuanto más se alejaban del 15M y más
se acercaban al vulgar hombre de la calle, ese hombre gris e indefinido cuyo
voto era imprescindible para poder gobernar, menos pintaban en las encuestas. Y
ese viaje Juan Carlos Monedero ha decido no hacerlo, saltar por la borda de la
dirección del partido y acusar a todo el que se movía de alta traición. Esto en
tiempos remotos habría terminado con una purga como dios Stalin mandaba.
A Podemos se le necesita con un
puñado de votos para equilibrar los excesos de la casta, pero no como parte de la
casta. Ciertamente podrían ser un peligro si un día España se emborrachara y se
levantara harta de tanto delincuente con corbata manifestando en las urnas su decisión
de hacerse socialcomunista y demagogopopulista al estilo Chávez. Los chavistas
visten mucho peor que los comunistas del Este, que también vestían corbata como
nuestros delincuentes institucionales, pero tienen una oratoria florida y pomposa
que encantaría a tanto seguidor analfabeto de Belén Esteban, Mujeres y Hombres.
Sería maravilloso que Pablo Iglesias tuviera en todas las cadenas nacionales un
programa como Maduro, largo y lleno de soflamas, y nos hiciera rezarle un
padrenuestro a Juan Carlos Monedero.
Podemos debe volver a sus raíces
perroflautistas y abrazarse apasionadamente con todos los desesperados de
España. Un pequeño grupo parlamentario de estrafalarios barriobajeros tendería
a controlar a tanto encorbatado amarrado al BOE, a tanto chorizo con cuenta en
Suiza y a tanto banquero malnacido.
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