Debo antes de nada reconocer un
pecado original: soy francófilo; siempre, desde mis lejanos tiempos del
bachillerato me ha gustado Francia, su idioma, su cultura, su savoir faire. No
es casualidad que Francia sea el pasillo que debemos recorrer los españoles
para ser europeos. Más europeos.
Hubo un tiempo en que, como
tantos otros, me preguntaba si había que europeizar España o españolizar Europa.
Hace ya décadas que me decanté por la primera posibilidad. El caso es que
Francia nos ha vuelto a dar un ejemplo de hombría, por abreviar, y su
presidente Hollande acaba de marcar el camino a buena parte de la izquierda
española, esa izquierda ñoña y bobalicona que piensa que el himno español es
una pachanga fachosa, que la bandera española es un trapillo y que ser español
es algo desdeñable. También a aquella izquierda bobalicona del no a la guerra
de antaño y que ahora pretende erigirse sobre los dirigentes europeos con
irresponsabilidad propia de niños de primaria, atreviéndose a darles lecciones
de moral, pretendiendo batallar contra el terrorismo a base de flores,
magdalenas y poesía. Estaban los suicidas de Paris, y los que no se suicidaron,
como para que les leyésemos las obras completas de Manuela Carmena, pongamos.
Hollande ha dado un ejemplo excepcional
a toda esa izquierda barriobajera que tanto predicamento tiene entre nosotros,
tomando el toro de la realidad por los cuernos de la acción decidida, llamando
guerra a la guerra y enemigos a los enemigos. Mientras en España los de
siempre, esa línea pocofolladora que hay en el PSOE y todos los que están a su
izquierda, habrían reaccionado cogiéndosela con pinzas, pensando más en los
derechos de los asesinos que en los derechos de los asesinados o de los por asesinar,
en Francia todos los partidos se han
unido en torno al himno, la bandera y el derecho a la vida y a la seguridad de
los ciudadanos. Con toda la ley en la mano, simplemente sabiendo utilizarla en
bien de la comunidad, no amparándose en ella para atacar con pentagramas, fusas
y semifusas a los que quieren destruirnos.
Que Francia se quiera, que esté
orgullosa de sí misma, que salga del Stade de France canturreando La Marsellesa
y se cobije bajo su bandera es algo que solo puede molestar a gentuza de
cerebro de zarzamora como la podemita que insultó a los presentes ante la
embajada de Francia en Madrid. Esta izquierda mema, vestida de túnica color
azafrán, que se llena la boca de “pazzzzz” y “no a la guerra”, no es consciente
de que para que haya guerra basta con que el otro lo quiera. Son soplapollas
bobalicones que creen que debemos enfrentarnos a la maldad cantado el “No nos
moverán” y uniendo nuestras manos para hacer la ola. Mientras nos ametrallan
inmisericordemente, digo yo.
Más, ustedes perdonen: Que
Francia se quiera, que esté orgullosa de sí misma, que salga del Stade de
France canturreando La Marsellesa y que se cobije su bandera es algo de lo que
toda persona de bien debería tomar ejemplo; solo imbéciles complejos españoles,
pillados en una pinza entre los complejos franquistas y los complejos
internacionalistas de quienes apoyan la tiranía de Castro y Madero, nos impiden
tener una imagen propia suficientemente estimable.
Por cierto, ni durante ni después
de la tragedia ningún francés tuvo nunca la tentación de acosar las sedes de
ningún partido, estuviese en el poder o en la oposición; antes al contrario, nos
dieron a todo el mundo un ejemplo de responsabilidad y saber hacer. Como en España
cuando lo de Atocha.
Pero ya les digo que posiblemente
sea porque yo soy francófilo. Y no me hagan chistecillos fáciles, conste.
No hay comentarios:
Publicar un comentario