La colaboración del PSOE con los
catalanistas, más aquella declaración de Zapatero, el inútil de León, apoyando
el estatut que saliera y como saliera del Parlament, y la inacción de Rajoy, el
tonto de Pontevedra, han facilitado esta declaración unilateral de independencia
de Cataluña. Aunque el Estado intervenga, tribunales, leyes, democracia, el mal
ya está hecho y la separación anímica y emocional de Cataluña del resto de
España es un hecho que tardará décadas en desaparecer… si es que desaparece
alguna vez. Particularmente estoy convencido de que Cataluña será
independiente. Y quizá no tarde mucho.
Es increíble que tras años y años
de régimen nacionalista, con todas las televisiones locales a su favor, con la
prensa comprada y sumisa y obediente, con la Educación manipulada, influyendo
en la mentalidad tierna y párvula de los niños, el Estado, representado por el
Rey y Rajoy, se haya mantenido al margen. Incluso cuando los tribunales
hablaban a su favor. Incluso cuando las instituciones catalanas desobedecían a
esos tribunales. ¿No estaba ya hecha entonces la desconexión? Salvo para los
millones que aportábamos con nuestros impuestos para sostener hospitales,
farmacias y seguridad social.
Lo comprensible es que los ricos
se quieran deshacer de los pobres, es parte de la condición humana y es lo que
pasa con Cataluña actualmente. Es absurdo que una de las regiones más ricas y
prósperas acuse a las pobres de robarle, pero es lo que hacían los señores
medievales cuando un labriego se llevaba una patata en el bolsillo.
Desde tiempos de Franco a
Cataluña se le ha dado dinero y empresas que se negaron a otras partes. Y
hombres para trabajar en esas empresas y aumentar ese dinero. Hombres que
dejaban atrás tierras desoladas y vacías. Pueblos muertos. Trenes inmensos cruzaban
“el Estado” para acarrear obreros gallegos, extremeños y castellanos. Nadie ha
invertido en Cataluña más que Franco.
Y posteriormente miles de
voluntarios para engrandecer una Barcelona olímpica con la colaboración generosa
y altruista de los ciudadanos y, otra vez, con el dinero de toda España. Cataluña
nos roba. O al menos nos chupa la sangre. Es la Cataluña parasitaria la que se
quiere ir, la que quiere más, siempre más o nos amenaza. No es la Cataluña
productiva, obrera y trabajadora, sino la que quiere gastarse el dinero en
embajadas, en subvenciones periodísticas mientras nosotros le pagamos la
Seguridad social.
A la Cataluña catalanista le duele
ser Extremadura. Que hasta Ceuta y Melilla tengan su propia autonomía. Que Andalucía,
que Cantabria o que ese engendro malparido de Castilla-La Mancha (Reclamo una
vez más una autonomía para Castilla-La Tierra de Campos y otra para Castilla-La
Tierra de Pinares) sean consideradas al mismo nivel que Cataluña. Horror.
España salió mal parida de la Transición, se repartió café para todos, justo lo
que ningún nacionalista (“¿Quién como yo?”) puede permitir. La España malparida
de la transición pensó que podía prescindir del papel de Castilla y la partió
en cantabrias, riojas y manchas que ni pintan ni cortan en una España
encabronada. Lo que los nacionalistas no esperaban ni podían permitir es que un
riojano estuviese a la misma altura de un catalán. España creyó ser más fuerte
deshaciéndose de Castilla centrípeta y con ello se hizo volátil, etérea y
gaseosa. Pasajera, fugaz y efímera.
En el pecado lleva España la penitencia
y llorará haberse olvidado del papel de Castilla.
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