Mientras desayunaba el tercer
churro de la mañana he leído que alguien se ha ocupado ya de elegir al representante
de España en Eurovisión; con la misma velocidad con la que lo he leído se me ha
olvidado el nombre del afortunado, conste. Que con la que está cayendo en
España haya alguien deseando cantar puede ser para hacerle un monumento, pero
que con la que está cayendo en Europa alguien siga pensando en organizar esta necedad
me produce amargura con sabor a tristeza.
Que los europeos somos poco
conscientes de nuestra realidad y por tanto despreocupados e intrascendentes es
algo que ya hace tiempo ha quedado suficientemente claro. Que la primera
preocupación de las autoridades alemanas fuese que no trascendiesen las
violaciones y las decenas de delitos cometidos en Colonia indica que no nos
enteramos de lo que se nos viene encima y que preferimos hacer el dontancredo a
tomar soluciones. Que muchos europeos, acometidos hasta la extenuación por la
crisis económica y el paro, hayan elegido como solución votar a partidos que
defienden claramente una dictadura, sea nacionalista, sea populista, indica que
el futuro es negro-carbón. Y, peor, que no nos importa. Pan y circo, oigausté.
Que en España, imagino que en
todos los países, haya personajes seguramente siniestros preocupados por
alimentar a las mentes más párvulas con esta miseria eurovisiva indica el nivel
de ineptitud, de ignorancia y de decrepitud a la que estamos llegando. Claro
que, bien pensado, siempre son preferibles dos horas de inacabable desfile
nacionalista musical a cinco minutos de “Sálvame” o “Gran hermano”.
Por otra parte, después de un
debate de alto nivel intelectual se ha decidido que no importa que la canción
que representa a España sea en inglés. Ignoro qué es lo que se busca con ello,
pero es una mamarrachada lógica en un país tan estúpido que piensa que es mejor
decir “look” que “imagen”, “trending topic” que “tendencia”, o que inventa
palabras como alto standing, puenting o footing
Perdónenme, pero ahora que lo
pienso quizá todo se deba a mi estado de ánimo, a que en el lugar en que me encuentro ha
amanecido un día gris, triste, opaco y frío. Desde mi ventana el horizonte es sobrecogedor.
Y no hablo, solo, de política.
Hala, me vuelvo a mis churros,
que se me están enfriando.
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