Amigos oyentes, como ya hace
tiempo les he comentado soy un empedernido pesimista, ustedes sabrán
disculparme. Hace ya tiempo que la navidad había perdido su encanto,
seguramente por culpa mía y de la edad. ¿Por qué te olvidas de la magia, de
todo tipo de magia, cuando vas haciéndote mayor? ¿Por qué la navidad se hace
más vulgar, por qué se convierte en una sucesión de fiestas sin sentido? ¿Les
pasa a todos o me pasa solo a mí? Pero puedo prometer y prometo que hace ya
tiempo que he iniciado la remontada, me he rearmado de moral y he cambiado. Digo
que la situación llevaba fraguándose desde tiempo atrás, claro, pero alcanzó su
momento decisivo la semana pasada…
Es que aunque no es habitual, el
sábado pasado decidí salir a cenar con quien más me quiere, con quien más
quiero, con quien me sostiene y a quien sostengo. Y por circunstancias ajenas a
mi voluntad tuvo que ser en Valladolid. En los dos primeros restaurantes a los
que llamé estaba todo ocupado. “Las cenas de navidad, ¿sabe?” me dijeron. Llamé
a un tercero, un poco más caro, un poco más burgués, y no me pusieron pegas para
reservar. Pensé que al ser de un tipo más elevado no habría ese tipo de cenas.
Me equivoqué, estaba lleno de borrachos… no, todavía no lo estaban, pero
llevaban el camino adecuado. Voces, altanería, gritos, alcohol, chillidos y groserías,
alaridos y ordinarieces, y rugidos propios de bestias del campo, ustedes
perdonen. Todo muy típico de las fechas, supongo. Me hundió la noche, claro, y
me pregunté qué tenía que ver aquello con la navidad. Con el genuino aspecto de
la navidad, digo.
El caso es que la navidad está
ahí, está aquí, está en Palencia. Detrás de las borracheras, de las
astracanadas de los más brutos del barrio, detrás de las palabras más soeces y
ofensivas… se encuentra uno con la generosidad de los vecinos del barrio del
Ave María, que cargan con cientos de kilos de alimentos y juguetes las andas del
paso con el que habitualmente celebran Semana Santa. ¿Por qué fijarme en los
garrulos del restaurante de Valladolid que, por cierto, lamentablemente eran de
Palencia, cuando puedo fijarme en los vecinos del Ave María y la Hermandad de
“La Sentencia”?
¿Por qué fijarme en los
calzoncillos exhibidos con impudicia por el más vocinglero de aquel grupo en
vez de fijarme en el ingenuo primor del “Auto del Nacimiento de Nuestro Señor”
que tres grupos palentinos pusieron en escena en Calabazanos? ¿Por qué fijarme
en la predisposición sexual de aquella gandula que tanto entraba y salía del
restaurante en vez de fijarme en la magia navideña del auto de Gómez Manrique?
¿Por qué detenerme a pensar en la estúpida invasión de papas noeles que cuelgan
de nuestros balcones y terrazas en vez
de extasiarme ante la castellanísima navidad que desprendían los bailes del
villamurielense grupo “La Aldaba”?
Si hubo un tiempo en que la
navidad era ante todo un sentimiento religioso y familiar, ¿qué se puede echar
de menos cuando decenas de palentinos pasaron por el salón de actos de la
Diputación en el tradicional maratón de donaciones de sangre? ¿Hay algo más
genuinamente generoso que donar sangre? ¿No es el nacimiento de Cristo el
nacimiento de la generosidad? Pues eso, pues eso.
Pero es que allá donde uno mire
en estos días tiene motivos para hinchar su pecho de alegría y satisfacción.
Tenemos la provincia llenas de mercadillos solidarios, de moteros solidarios,
de conciertos solidarios. Tenemos la provincia llena de navidad, que es lo que
yo, torpe de mí, echaba de menos tantas veces, quizá porque me llenaba la vista
de lo toscamente obvio en vez de buscar lo sublime, me llenaba el oído de bulla
barriobajera en vez de escuchar la sensibilidad ciudadana en navidad. Espero
que a ustedes no les pase. Yo les prometo que haré un esfuerzo para no jurar en
hebreo cada vez que me hablen extranjerismos como Papá Noel o, como me decía un
tuitero, de “navidades laicas” (¿Pero qué narices es eso?) y en su lugar
fijarme más en los aspectos positivos que me rodean. Se lo prometo, sí, pero
tampoco esperen demasiado de mí, no voy de pronto a echar por la borda toda una
vida dedicada con fruición a… a… a la desesperanza, digamos.
Les deseo feliz navidad, señores,
y por cierto, manden al carajo a los que les deseen felices fiestas. Ya saben
que si ustedes quieren más guerra, en tuiter me tienen a su disposición. Hasta
la semana que viene, amigos oyentes, si la lotería no viene a fastidiar e
impedirlo.
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