“En tiempo de tribulación, no
hacer mudanza” es una neurona más del refranero castellano aunque algunos se la
achacan falsamente a San Ignacio de Loyola. Falsamente según algunas fuentes
dignas de toda fe, como la Wikipedia o Google, que luego vaya usté a saber.
Yo sin embargo pienso que la
humanidad aprovecha las crisis para hacer mudanza y librarse de los más
ineptos. ¿No han vivido ustedes nunca esas circunstancias en que una clase de
secundaria o de bachillerato vota al más inepto como delegado de curso? Yo
estoy tan, pero tan convencido de los valores de la democracia que pienso que
es estos momentos de dificultades cuando la sociedad elige a los más brutos del
lugar para promocionarlos y hacerlos presidentes de la comunidad de vecinos,
delegados de curso o del círculo de heladeros del polo norte.
Cuando andamos con los problemas
a la altura de las orejas ponemos de portero de la finca al más gallito, al que
tenga el ego más subido o al que tenga un amigo concejal, da igual. Se le da
una gorra de plato, imprescindible elemento de tontificación, y esperamos a que
se estrelle, digamos que contra otro más machote o contra uno que sea amigo de
un diputado en Cortes. Una vez estrellada su vanagloria contra la realidad echamos
cuatro risas para humillarlo y el desafortunado deja el campo libre y
desaparece, permitiendo que los demás continúen su vida en paz.
El complejo de la gorra de plato
es de los más poderosos de nuestro tiempo, mueve el mundo con una efectividad
que no tiene otro elemento de nuestro guardarropa. Conste que yo prefiero unos
calcetines de lana, que además de discretos e inadvertidos son muy útiles en
estas nuestras tierras castellanas, pero reconozco el poder de la gorra de
plato como elemento diferenciador de clase social y potenciador de la tontuna
humana.
Sí, tienen ustedes razón, tengo
poca fe en la humanidad, pero a veces los hechos me dan la razón. Solo a veces,
conste, solo a veces; nunca pretendo tener demasiada razón que luego los que tienen
razón siempre son los que se llevan la gorra de plato. Y no tengo suficiente fe
en la humanidad porque cuando damos el poder a los de la gorra de plato es que
ya ha fallado todo lo anterior… No, no, es que entonces ya han fallado todos
los anteriores presidentes de la comunidad de vecinos, todos los anteriores
delegados de curso; cuando damos el poder al hombre de la gorra de plato es
porque han fallado todos aquellos en quienes habíamos confiado, todos a quienes
habíamos dado el poder que necesitaban para cambiar la sociedad y no lo han
hecho. Por eso me fío de la democracia, porque los hombres de la gorra de plato
suelen indicar un antes y un después.
Me gustan las personas como los
calcetines de lana: eficaces, cumplidores de su misión y que pasen
desapercibidos. Cuando los jefes destacan más por su reluciente gorra de plato
o por su brío y su destemplanza que por su sensatez y sus cautelas, desconfío
de su criterio y de su acierto. Lamentablemente vivimos en una mala época…
(¿Alguna vez algún humano ha estado feliz del mundo en que le ha tocado vivir?)
…lamentablemente vivimos en una mala época en la que la herramienta social más
importante te permite condensar tus virtudes y tus éxitos en menos de 140
caracteres y tener millones de seguidores all over the world. Es la gorra de
plato que antes solo llevaban los porteros de las discotecas más chabacanas y
que hoy luce orgulloso y sin prejuicios cualquier malandrín desnortado, faltón,
desacomplejado, prepotente, chulo, machista, al que hayan nombrado sheriff del
OK corral. Si a la gorra de plato le das además un revolver, el delegado de
curso, el presidente de la comunidad de vecinos, se vuelve peligroso. No te
digo nada si le das un maletín con el botón nuclear.
Con Dios, señores, que ustedes
disfruten de la fiesta de nuestra patrona. Y si tienen algo más que añadir, en
tuiter les espero lleno de alegría y confianza en la degeneración social.
@pedrodehoyos se despide hasta la semana que viene, a ver si hay suerte y nos
dejan llegar.
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Mi artículo semanal para Onda Cero Palencia
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