Refrénese el impulsivo lector y
no saque consecuencias antes de tiempo. Me siento español, tan profundamente
español como profundamente castellano. Y orgulloso, moderadamente orgulloso, de
nuestra historia; tan orgulloso –lo he escrito en este blog durante años- como
un francés, un finlandés, un congoleño o un peruano puedan estarlo de sus
respectivas naciones. Es más, ninguna nación que haya tenido importancia e
influencia puede revisar su historia sin sentir algún momento de bochorno.
Piensen en las barbaridades que han cometido importantes naciones como
Alemania, Japón o EEUU.
Pero me refiero a la actualidad.
Esta enferma España del siglo XXI me profunde repelús en grandes dosis al mismo
tiempo que la siento como hogar, mío y de mis ancestros, y por eso me siento
impelido al cariño, a la protección y a la disculpa histórica.
Pero odio la España de un partido
corrupto reelegido mil veces por los españoles, partido sumido durante decenios
en la podredumbre institucionalizada, riéndose de los ciudadanos a mandíbula
batiente, sin que haya asumido jamás ninguna responsabilidad ni haya
pronunciado una palabra de disculpa, un partido tan limpio e inocente que borró
una y otra vez sus propios ordenadores, siempre por casualidad, nunca por
impedir la acción de un juez ni porque tuviera nada que esconder.
Y esta España corrupta, sucia y
fullera no puede ser compensada ni equilibrada por la España no menos fullera y
tramposa–lo estamos comprobando por fin en Andalucía- de otro partido cuya
argumentación más inteligente es llevar la contraria sistemáticamente a los anteriores,
que basa su ideología en llamar “fascistas” o “franquistas” a un partido cuyo
ideario es compartido por media Europa. Estoy hablando de un partido cuya
crítica interna le llevó a callar cuando su líder –Rodríguez Zapacero- negó
insistentemente la crisis económica de la que estamos por salir o apoyó con
inteligencia mezquina “Cualquier estatut que salga de este Parlament”. Todos
callaron como…
Me sigue repeliendo una España de
mente estrecha y de mezquindad supina que calla o disculpa al asesino de quien lleva
tirantes con la bandera de España, o que apoya un hombre violento con las
mujeres… si es del sindicato apropiado. Una España que niega a los jueces cada
vez que hay encausado uno de los suyos... porque es de los suyos. Es una España
despreciable, extremista hasta la locura y autodestructiva que se opone a su
propia existencia, justificándose sempiternamente, reiteradamente,
inalterablemente, en cuarenta años de dictadura, como si solo ellos, jóvenes
inmaduros muchos, hubiesen sido los únicos en sufrirla. Es una España mema,
lerda, de palabra fácil y verbo ligero pero de argumento simple, una España sin
equivalencia en ningún otro lugar del mundo, fauna absolutamente endémica de
España, imposible de encontrar en lugares tan atrasados y faltos de
civilización como Holanda, Austria o Suiza.
Me hace enrojecer la España que
antes se reía y despreciaba a los homosexuales y que ahora los utiliza pata
vender programas de televisión. Me produce un ataque biliar la España repugnantemente
fanatizada y sectaria que protege, no al débil o al desahuciado, sino al
bobochorra con leve pátina antisocial que asalta la propiedad privada. Me duele
una España que hace del macarra protagonista de la actualidad, del inculto o
asocial, héroe, que al vago le da el estatus de okupa, que del “cojo Manteca”
saca, por procedimientos nigrománticos, un héroe romántico cuya estela
seguir...
Me jode, déjenme decirlo, la
España de “Mujeres y Hombres”, de “La que se avecina”, la España de Jorge
Javier, la España de “El Hormiguero”, la de “First dates” y la de “Gran
Hermano”. Y la de anuncios de colonia del día de la madre, del día de San
Valentín y de Navidad.
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