Distribuyo mi falta de aprecio por igual entre los
principales partidos españoles. Digamos
que ni uno solo de los presentes en el Parlamento español me representa. Mi crítica hacia ellos no es general sino
individualizada, argumentada y serena, sin que ese rechazo me lleve a posturas
radicales o bruscas. Déjenme acabar esta entradilla diciendo que es una satisfacción
cuando los votantes les señalan el camino de la puerta, como está empezando a
suceder con el PP. Insisto, no se libra ningún partido parlamentario.
Pero en las últimas horas me ha llamado la atención la
actitud decimonónica de Izquierda Unida, que ha felicitado irónicamente las
pascuas con la imagen de un árbol de navidad ardiendo. Esa izquierda anclada en
el anticlericalismo de finales del siglo XIX, capaz de aliarse con culturas ajenas,
de compartir festividades con religiones… (Iba a decir otra vez “decimonónicas”)
sexistas y esclavistas, mete fuego a un símbolo -laico pero de tradición cristiana-
como insulto a la religión de la mayoría de los españoles (ojo, no, no estoy
diciendo que España sea cristiana o católica, eso ya se perdió) solo por
rechazo visceral a lo propio. Son como esos señoritos pijos de ciertos barrios “bien”
que prefieren salpicar sus frases de anglicismos para dar imagen superior a sus
amigos “españoles”.
Estoy empachado de la hipocresía de cierta izquierda que al
tiempo que se queja de no ser votada, pobres electores que no saben elegir a
los mejores, ofende a parte de los ciudadanos a cuyo voto aspiran. La falta de
evolución de la izquierda europea le está llevando a la desaparición, vea lo
que ha pasado en Francia o Italia con sus antaño fortísimos partidos comunista
o socialista, y esta sensación de impotencia, de ser incomprendidos por las
masas, les lleva a posturas cada vez más alejadas de la mente de sus
ciudadanos. Es la pescadilla que se muerde la cola.
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