Lo de Tabarnia no deja de ser una broma, un entretenimiento propio de estos días, una inocentada. Que haya tarados que entren al trapo de una provocación risueña indica las destemplanzas que levanta el nacionalismo. Lo triste es que haya votos divididos en dos compartimentos estancos, importan más los sentimientos identitarios que la razón. Ser catalán es una virtud elevada, tan elevada como ser castellano o ser gallego. El problema es cuando se hace de ello la única razón de existir, el problema es cuando se hace de ello la negación del otro, el problema es cuando la identidad sube al altar mayor y millones de ciudadanos se postran y la adoran, apartando de su cabeza razonamiento, lógica y entendederas. Y las razones de los otros.
Tabarnia podrá tal vez volverse real si el Estado se inhibe como ha hecho hasta ahora con PP y PSOE hasta desaparecer de Cataluña, si los representantes del Estado, sociales, culturales y políticos borran su rastro y desaparecen de Cataluña hasta dejar el campo libre a los catalanistas, si el Estado tiene que amenazar a los nacionalistas con la secesión tras la secesión. Los ciudadanos que al margen de los partidos se han movilizado y defendido los derechos que olvidaban los políticos tendrán la última palabra, pero Tabarnia nunca debería pasar de ser una amenaza jocosa, un chiste hiriente, sin entidad política. Ni aunque Cataluña llegue de verdad a independizarse será una amenaza para los secesionistas, dado el equiibrio de fuerzas.
Solo el Estado, que había huido de Cataluña hasta el punto de no tener cuarteles para sus policías, haciéndose respetar sin prepotencia pero sin complejos, podrá impedir otro intento de secesión. Llegar por la dejadez rajoyana al empleo del artículo 155 de la constitución es torpeza impropia de quien tiene que cuidar todo un Estado.
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