He salido esta mañana en
bicicleta a combatir las grasas y a respirar aire puro por el canal de Castilla.
Al llegar a casa, mientras descansaba, me he conectado a la red y lo primero
que ha aparecido ha sido el mitin de Ciudadanos en Rentería. Algo novedoso para
mí, me he quedado durante casi todo el mitin. Luego en otras redes sociales he
visto también el antes y el después, la llegada y la salida de los mitineadores.
Me ha dado vergüenza el ser humano. Otra vez. He percibido en muchos rostros
las limitaciones (“genéticas” diría Torra) de la Humanidad.
No, no, solo las limitaciones del
intelecto: las de la evolución o de la educación, sobre todo las limitaciones
de la capacidad de raciocinio. He comprobado cómo mirar la realidad con la
perspectiva de la raza, de la Lengua, de la cultura o del “nosotros somos asín”
nos hace parecernos más a los más salvajes. Irracionales. Brutos. He visto cómo
los que querían usar la palabra eran tachados de fascistas. He visto cómo los
que se lo impedían se llamaban antifascistas. El mundo al revés. Euzkadi al
revés.
Y una vez más he visto la
brutalidad en el rostro de una mujer que insultaba (“¡Puta!”) a alguna de las
personas que querían hablar y reunirse. Porque opinaban distinto, vaya. Y en
otros rostros más he visto la faz del animalismo selvático, de la
irracionalidad, de la incapacidad de ponerse en el lugar del otro. Del odio al
diferente. Mussolini. Del culto a la violencia. He visto vascos todavía en la Edad
de Piedra que gritaban a un filósofo. Que casualmente también era vasco, pero evidentemente
no de los buenos.
Y (¡qué asfixia!) de nuevo me he
planteado cómo puede ser vivir en un sitio así. En Rentería. Donde te niegan la
palabra si no eres de su tribu. O si eres de la tribu pero muestras la más
mínima duda de fe. La inquisición del siglo XXI. La “inkisizion”. Si no
comulgas al mil por cien con ellos. Donde no te saludan si no llevas la
ikurriña en la frente. Bueno, aunque la lleves pero llevas también otra. Donde los
tenderos no te atienden si no entras diciendo egunon. Me he planteado cómo
sería vivir en un lugar donde no te dejan respirar si no respiras como ellos. Stalin.
O si no piensas como ellos. ¿Salir al parque y encontrarte con un vecino que
estaría encantado de que te mataran? ¿Salir en bici y cruzarte con un ciudadano
que abrazaría a tu secuestrador? ¿Pagar a una cajera que besaría a tu asesino?
Y por enésima vez me he preguntado
cómo algunos partidos, diz que demócratas, están encantados con esta situación
y recogen las nueces caídas con este vendaval. Y se benefician de ello. Arzalluz.
Y se precian de ello. ¿Se sienten unidos por la raza, la cultura o la lengua a
los “antifascistas” más que lo que la democracia les une a los demócratas? ¿Más
que los Derechos Humanos unen a los humanos? Hitler.
También he caído en la cuenta, de
nuevo, de que estas limitaciones a las capacidades humanas, aquellas que nos hacen
humanos, se mantienen porque hay un caldo de cultivo sostenido por medios de
comunicación que comprenden, disculpan o apoyan estas parálisis de la capacidad
de discernimiento de algunos vascos. Esos medios de comunicación que entienden
que un puñetazo de un nacionalista vasco es menos puñetazo que un puñetazo de
un “españolazo”. Que es disculpable. Lenin. Esos medios de comunicación que sin
sonrojo, sin vergüenza llaman “antifascistas” a los que niegan el derecho a la
reunión o a la palabra a los demás.
Visto y pensado todo esto cerré
las imágenes y no por ello cambié mi decisión de no votar Ciudadanos.
(Ah, de los partidos “estatales”
que se apoyan en los que recogen las nueces también me acordé)
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