Todos los semidioses tienen los pies de barro. Nunca he entendido
la vanidad de los políticos que se creen honrados porque el alcalde de turno les abra
una calle con su nombre, por ejemplo. Hace falta ser engreídos y tontos. Engreídos como para
creerse merecedores de ese honor cuando simplemente han cumplido con su deber
de cara al pueblo, tontos como para no saber que otro alcalde vendrá que cambiará
el nombre de la calle por el de otro político de su propio partido. Miren a Franco o a José Antonio, con lo que mandaban, pobricos.
A Pujol le está
pasando lo mismo, alguno de aquellos a los que engañó durante más de treinta años le ha echado al suelo de una patada, quizá llevado por la rabia, quizá desengañado por la infamia que se escondía
detrás de esos discursos pletóricos
de llamamientos a la bondad humana, a la ética
y a la honradez políticas. Es lo que tienen los ídolos,
que tarde o temprano terminan por los suelos... En este caso, por la furia del
mismo populacho que los encumbró.
Yo en cambio propongo levantar una gran estatua de Pujol en medio
de las ramblas de Barcelona. Una estatua que agradezcan las palomas, que tenga la base bien ancha, fuerte y
resistente, una estatua erigida a Jordi Pujol para recordar que el menos malo
de los sistemas políticos tiene los pies de barro, para recordar que el pueblo no debe
tener memoria de madera, para recordar cómo
los políticos juegan con la voluntad popular, una estatua que sea
permanente fuente de escándalo para la ingenuidad de los votantes, que sobre todo recuerde
lo que pasa cuando los políticos tienen el control de los medios de comunicación, cuando los controlan o subvencionan. En definitiva, una estatua
que nos recuerde que nos han timado, engañado
y manipulado, que somos tontos del todo.
Bueno, no todos, sólo los que creyeron
en el falso mesías y le votaron y mantuvieron en el trono durante muchos años.
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