Nos toman el pelo, pero es porque nos dejamos. Ésa es la respuesta que con ligeras variantes he ofrecido a los amables lectores que durante la semana me han parado o me han escrito para hablar sobre el artículo de la semana pasada titulado “No pintamos nada” y dedicado a destacar cómo los castellanos estamos siendo burlados por un gobierno que, presa de sus acuerdos parlamentarios, nos hace pedorreta tras pedorreta sin que al parecer nos importe.
Hablaba entonces de cosas como el AVE que no es AVE, sino abejorro zumbón, y que el Gobierno de Rodríguez nos quiere endilgar a los castellanos sin que nadie proteste. Hablaba entonces de cosas como el menosprecio que el Gobierno de ¿todos? los españoles hacia aquellos que no tenemos un partido nacionalista que nos defienda, mientras mantiene acuerdos con aquellos nacionalistas que le acogotan (la palabra que me ha venido no es ésa precisamente), le chantajean y le apechugan día sí y día también.
Y eso que por cuestiones de tiempo y de espacio no pude aludir a la entonces prevista disposición parlamentaria por la que se ordenaba el traslado de parte del Archivo de Salamanca a Cataluña. Este traslado, debe quedarnos claro, se lleva a cabo no por una cuestión de Justicia, sino porque así lo exigen los socios catalanistas de Rodríguez (Antes de seguir adelante, creo que deberíamos distinguir urgentemente entre catalanistas y catalanes) y porque los castellanos nos dejamos. No se hace porque sea una cuestión de justa restitución de unos bienes expoliados, no. Mire, a lo mejor también sería de justicia devolver todos esos legajos, puede. Pero la verdad es que esos legajos se van a ir a Cataluña, que se van a ir nos pongamos como nos pongamos, sólo porque a Rodríguez sus aliados catalanistas le tienen pillado por donde más duele. Y de vez en cuando retuercen. O amenazan con hacerlo. No por otro motivo, desde luego no por el afán justiciero de Rodríguez.
En esa reclamación hay parte de deseo de revancha de quienes habiendo perdido una guerra civil creen que nosotros la ganamos. Como si no anduviéramos precisamente ahora levantando fosas comunes por el Cerrato y Tierra de Campos. Como si todos los catalanes hubieran sido antifranquistas, como si no hubieran existido José María de Porcioles, Juan Antonio Samaranch y tantos otros, como si nosotros no hubiéramos tenido nuestros paseados en el 36. Como si de aquella guerra civil hubieran salido hordas de emigrantes catalanes hacia las prósperas tierras de Castilla, como si por el franquismo los pueblos y las tierras de Cataluña hubieran quedado despobladas, atrasadas y depauperadas. Y envejecidas también.
El Gobierno enfrenta a unas regiones con otras para que sus aliados aplaudan con las orejas. Los castellanos necesitamos un partido propio que nos defienda tanto del Gobierno central como de los nacionalistas periféricos, egoístas, insolidarios y plañideros que obtienen de él aquellas prerrogativas que les permitirán la supremacía entre quienes, todavía, formamos España. Si un partido que quiera defender a los castellanos creyera que los catalanistas son sus aliados y no sus rivales, tanto como el Gobierno de Rodríguez o el de aquél que hablaba catalán en la intimidad, tendría asegurada su permanente estancia en el limbo político de los que nada influyen, para nada sirven y siempre se quedarán con las ganas de todo. Son rivales: La tarta a repartir se llama Presupuestos Generales del Estado y algunos la negociarán en nombre de su pueblo con Rodríguez. ¿Y quién defenderá a los castellanos?
Somos sumisos, nunca perturbamos el orden. Sufrimos en silencio, somos ciudadanos almorranas. Pero la culpa es nuestra, por callados, por sumisos, por dejarnos, por no exigir a nuestros diputados, por votarles, por no plantar cara, por no saber quiénes somos ni quiénes fuimos, por quejarnos sin tomar una decisión drástica.
El Vaticano ha ordenado a la Diócesis de Lérida devolver a la de Barbastro 113 obras. ¿Para cuándo el Gobierno de Rodríguez va a restituir a Castilla los centenares y centenares de obras maestras que guarda el Museo Marès?
¿Para cuándo?
Hablaba entonces de cosas como el AVE que no es AVE, sino abejorro zumbón, y que el Gobierno de Rodríguez nos quiere endilgar a los castellanos sin que nadie proteste. Hablaba entonces de cosas como el menosprecio que el Gobierno de ¿todos? los españoles hacia aquellos que no tenemos un partido nacionalista que nos defienda, mientras mantiene acuerdos con aquellos nacionalistas que le acogotan (la palabra que me ha venido no es ésa precisamente), le chantajean y le apechugan día sí y día también.
Y eso que por cuestiones de tiempo y de espacio no pude aludir a la entonces prevista disposición parlamentaria por la que se ordenaba el traslado de parte del Archivo de Salamanca a Cataluña. Este traslado, debe quedarnos claro, se lleva a cabo no por una cuestión de Justicia, sino porque así lo exigen los socios catalanistas de Rodríguez (Antes de seguir adelante, creo que deberíamos distinguir urgentemente entre catalanistas y catalanes) y porque los castellanos nos dejamos. No se hace porque sea una cuestión de justa restitución de unos bienes expoliados, no. Mire, a lo mejor también sería de justicia devolver todos esos legajos, puede. Pero la verdad es que esos legajos se van a ir a Cataluña, que se van a ir nos pongamos como nos pongamos, sólo porque a Rodríguez sus aliados catalanistas le tienen pillado por donde más duele. Y de vez en cuando retuercen. O amenazan con hacerlo. No por otro motivo, desde luego no por el afán justiciero de Rodríguez.
En esa reclamación hay parte de deseo de revancha de quienes habiendo perdido una guerra civil creen que nosotros la ganamos. Como si no anduviéramos precisamente ahora levantando fosas comunes por el Cerrato y Tierra de Campos. Como si todos los catalanes hubieran sido antifranquistas, como si no hubieran existido José María de Porcioles, Juan Antonio Samaranch y tantos otros, como si nosotros no hubiéramos tenido nuestros paseados en el 36. Como si de aquella guerra civil hubieran salido hordas de emigrantes catalanes hacia las prósperas tierras de Castilla, como si por el franquismo los pueblos y las tierras de Cataluña hubieran quedado despobladas, atrasadas y depauperadas. Y envejecidas también.
El Gobierno enfrenta a unas regiones con otras para que sus aliados aplaudan con las orejas. Los castellanos necesitamos un partido propio que nos defienda tanto del Gobierno central como de los nacionalistas periféricos, egoístas, insolidarios y plañideros que obtienen de él aquellas prerrogativas que les permitirán la supremacía entre quienes, todavía, formamos España. Si un partido que quiera defender a los castellanos creyera que los catalanistas son sus aliados y no sus rivales, tanto como el Gobierno de Rodríguez o el de aquél que hablaba catalán en la intimidad, tendría asegurada su permanente estancia en el limbo político de los que nada influyen, para nada sirven y siempre se quedarán con las ganas de todo. Son rivales: La tarta a repartir se llama Presupuestos Generales del Estado y algunos la negociarán en nombre de su pueblo con Rodríguez. ¿Y quién defenderá a los castellanos?
Somos sumisos, nunca perturbamos el orden. Sufrimos en silencio, somos ciudadanos almorranas. Pero la culpa es nuestra, por callados, por sumisos, por dejarnos, por no exigir a nuestros diputados, por votarles, por no plantar cara, por no saber quiénes somos ni quiénes fuimos, por quejarnos sin tomar una decisión drástica.
El Vaticano ha ordenado a la Diócesis de Lérida devolver a la de Barbastro 113 obras. ¿Para cuándo el Gobierno de Rodríguez va a restituir a Castilla los centenares y centenares de obras maestras que guarda el Museo Marès?
¿Para cuándo?
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