Palencia es una emoción:

15 diciembre 2005

Llevo varias tardes sin ver a Matías. Ni viene al café ni se me pone al teléfono, sin Matías el invierno es más crudo y hasta los rayos del sol rebotan sin penetrar en las cristaleras de nuestro bar. Cuando por fin le veo me sonríe y aunque se alegra en la distancia no se apresura a mi encuentro.
Con las manos sobre una ardiente taza de café me cuenta que se ha desprendido de un amigo. Es la historia de un apuro familiar y el recurso al favor de alguien presuntamente poderoso y bien relacionado con el que ha compartido viajes, comidas y trabajo. Matías tiene la teoría de que las cosas más sencillas y elementales son las que más unen a los hombres: Comer juntos, dormir juntos, trabajar juntos, ir al váter juntos... Ante el apuro de Matías el amigo se comprometió firme y reiteradamente a la ayuda. Y voluntariamente. Pero a la hora de la verdad el amigo y su presunto poder escurrían el bulto una y otra vez. Daba excusas y decía que sí. Siempre que sí. Mentiras bonitas durante varias semanas. Y el apuro de Matías crecía. Y el supuesto amigo se escabullía y mentía. Mentía y se escabullía.
Saber decir que no es de valientes, pero saber cuándo hay que decir que no es de inteligentes. Decir siempre que sí es de torpes; decir siempre que sí y no cumplir lo afirmado es además de cobardes. Seas lo que seas, médico, cazador o sindicalista. Si no te atreves a decir que no y además no piensas cumplir tu palabra es que no eres muy listo, te cazan enseguida.
Recuerda además, Matías, que quien está seguro de sí mismo no necesita mentir para colgarse medallas. Si alguien inventa que le reclaman y que le ofrecen cargos y carguillos, puestos y honores, prebendas y despachos debe saber que le van a pillar aunque no se lo digan. Si va de “sobrao” pero se esconde detrás de la mentira es que tanta autoconfianza es pura fantasía, es más falsa que los trucos de un mal mago. Dicen los sicólogos que las personas que intentan mostrar una enorme seguridad en sí mismas son, en realidad, tremendamente inseguras. A esas personas, siempre incapaces de exteriorizar la más leve autocrítica, hay que recordarles con penitente cinismo que se pilla antes al mentiroso que al cojo... sólo si el mentiroso no es nadie. Dile aquello de Lincoln (¿O fue Churchill?): “Puedes engañar a muchos algún tiempo, pero no podrás engañar a todos todo el tiempo". De amigos así hay que desprenderse como de la piel muerta.
Tú sabes, pero él no, que tener un trono giratorio en el que pavonearse, casa en el campo, piso en el centro, despacho, sedes y subsedes, contactos, amigos, conocidos y demás familia no vale para nada si él no vale para nada. Lo importante no es tener, sino ser. Porque en definitiva ser significa pensar primero en los demás y estar a su disposición cuanto marcan las normas sociales, la necesidad y la relación personal. Y pensar en los demás no sólo significa ceder el paso o el asiento al otro ni saber saludar y despedirte, sino contestar al teléfono, devolver las llamadas y no dejar a los demás colgados al otro lado con cara de tontos. Pensar en los demás es también saber decir que no adecuadamente. Educadamente. Esto no lo enseñan en la Facultad, claro, se mama, se aprende con la experiencia vital. O simplemente se sabe.
Y saber sacar la pata diferencia a los hombres cabales de gente como tu amigo, Matías. Todo el mundo puede meter la pata pero no todo el mundo puede sacarla. Errar es humano pero rectificar es divino. Cuando no rectificas, pides perdón y compensas los pecados cometidos tienes que pasar la vida huyendo de los ofendidos, escondiéndote de tus errores y sin volver por los mismos lugares. Te asusta tu sombra, te avergüenzas de ti mismo porque no sirves ni “pa atropar duros”.
Matías, yo no puedo ayudarte en tu problema, que no está en mi mano. Pero te lo digo llana, clara y sinceramente.

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