Palencia es una emoción:

26 abril 2007

La adolescente asturiana

Quien esto escribe lleva casi treinta años dedicado a la enseñanza. Ante mis ojos han pasado casi todo tipo de criaturas, casi todo tipo de caracteres y casi todo tipo de circunstancias personales y familiares. He prestado atención a pasado padres que mentían descaradamente para defender a sus hijos, a otros que manifestaban preferir creer a los niños antes que al profesor o maestro y a otros que apoyaban firmemente el criterio de los profesionales que estaban tratando a sus hijos. Lógicamente tal cúmulo de experiencias representa una mayor formación que la que ninguna universidad puede proporcionar, no hay nada como la vida para aprender sobre la vida.

Una de las muchas cosas que uno aprende es que al final el que decide lo que hacer es el propio adolescente en uso de su libertad. Lo que padres y profesores podemos hacer es limitarnos a tratar de influir, con consejos, órdenes, ejemplos, premios y castigos, en ese uso de la libertad que el individuo realiza. Al lado de esta influencia positiva hay que contraponer la influencia, con frecuencia negativa, del ambiente que le rodea, traducido en abreviada esencia por “tele y amigos”. Pero, insisto, la decisión final y por lo tanto la responsabilidad última es del chaval, por mucho que se la pudiera matizar con todas las más arriba aludidas influencias.

Conozco casos en que los padres han manifestado no poder con su hijo de diez años (anda que no les queda que aguantar), otros en que la madre acarreaba la mochila de su hijo de doce hasta la escuela (¿cómo y cuándo tomará el puñetero crío sus responsabilidades en la vida?) y otros padres que disculpaban a su adolescente hijo cuando se alegraba de la muerte del padre de una compañera. Y les juro que esto es exacto.

Habitualmente, y tal vez por defecto profesional, suelo cargar las tintas en unos padres alérgicos a la exigencia, enemigos de decir “no” a su neurótico hijo, incapaces de prohibir cualquier capricho al imbécil de su adolescente retoño y estultamente inhabilitados para castigar las fechorías del predelincuente crío que tienen en casa. Este cuadro de padres repelentes tiene un perfecto encaje en una sociedad estúpidamente equivocada en la educación de sus adolescentes, que huye (ahí están los planes de estudio) del esfuerzo como alma que lleva el diablo, que cree que prohibir, exigir, ordenar y castigar son acciones malditas, franquismo en estado puro, que deberían ser prohibidas por real Decreto-Ley. A esta especie creciente de padres con las meninges secas les parece que coartar los vociferantes gritos de su criatura en un restaurante es traumatizarle. Algo muy parecido he llegado a oír, palabrita del Niño Jesús.

Este rebaño de progenitores agilipollados por una sociedad altamente permisiva confunde libertad con libertinaje, expresión natural con pintarrajear las paredes de una iglesia de mil años de antigüedad, la revolución hormonal de la adolescencia con “darse el lote” a la salida del colegio cada día con un compañero distinto. Todo para que el nene no se nos “traume”.

Sin embargo el caso de Asturias no parece el mismo, la madre que ha aparecido ante los medios parece una persona cabalmente formada, conocedora de su deber, que ha tirado la toalla sólo después de trece años de lágrimas sin fin y de intentar otras soluciones propuestas por la administración educativa que se han revelado inservibles ante el bicho venenoso que tenía por hija. Entre las varias razones que utiliza en su argumentación está la de mantener la educación correcta de otra hija menor a la que el pésimo ejemplo de la mayor puede causar todo tipo de problemas en su desarrollo futuro.

He leído críticas de blogeros ignorantes a esta madre luchadora que ha sido derrotada, como la Armada “Invencible”, por los elementos, en este caso por los elementos ambientales con forma de amigo íntimo a los que yo he aludido previamente.

La Administración asturiana debería correr en socorro del ciudadano que lo solicita tan angustiosa y fundadamente. No sólo la madre de la infecta criatura, la sociedad entera estará agradecida.

Sólo una pregunta: ¿Era necesario acudir a los medios de comunicación?

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