Tengo que empezar por una confesión: Jamás leo a Pío Moa. Todo lo que tengo son amplias, muy amplias, referencias de su línea de pensamiento. No lo leo por las mismas razones de higiene mental que me impiden escuchar a Federico Jiménez Losantos, escuchar la SER o presenciar la entrevista de cien españoles a Zapatero. Creo que debí ser uno de los pocos españoles que prefirieron ver un documental sobre el Kalahari, o al menos eso me dijeron en la tertulia televisiva del otro día.
Hay personajes que no me interesan, qué le vamos a hacer, porque estoy convencido de que nada bueno me aportan, que nada nuevo me enseñan y nada diferente me cuentan. Pío Moa, al igual que tantos exégetas del Zapaterismo, al igual que tantos telerradiopredicadores, al igual que tantos otros, periodistas o no, son personajes de teorías desequilibradas, vencidas radicalmente hacia alguno de los dos lados. Y no me informan, sino que me deforman.
Parto, cómo no, de que todo es interpretable y opinable, de que siempre la realidad es del color que uno prefiere. Pero en cuanto leo, oigo o veo a alguien cuyas opiniones dan siempre la razón a los mismos, cuando para alguien siempre yerran los mismos veo que algo falla. No, no me creo que siempre la razón la tengan unos, santos y benditos de Dios, y que los malos, torpes y perpetuamente equivocados sean los otros, malvados ellos.
La Transición política me pilló en plena madurez juvenil, con suficiente información, formación y criterio para tener una opinión de lo que allí estaba pasando. La legalización del PC, que ahora recordamos, me pilló tomando una cocacola con un miembro local del PC, siempre lo recordaré. Y el 23-F, comprándome unos pantalones tras salir de trabajar del primer lugar donde ejercí mi labor. Presenciar todo aquello, vivirlo e informarme sirvió para cuajar en mí un elevado interés por cuanto lleva ocurriendo desde entonces. Ni siquiera entonces me creí que vivía en un mundo dividido en dos mitades enfrentadas, franquistas contra demócratas, buenos contra malos. No creo que entre las ideologías dominantes en esta España haya una perversa y otra que sea la octava maravilla del universo.
Lamentablemente hay muchos que lo creen y se empeñan en perseguirnos para que lo creamos. Nos venden su división desde todos los medios de comunicación, nos asaltan al desayunar desde la radio, al ir por la calle desde un escaparate o desde la vieja tapia abandonada donde han colocado un cartel (me niego a emplear aquí ese anglicismo con el que nos hacen convivir) desde el que un político me quiere vender su sonrisa profidén.
Somos lo que leemos, somos lo que nos cuentan, lo que vemos, lo que nos informamos, por eso escojo con cuidado mi alimentación espiritual. Leo los periódicos que leo y casi todos por obligación. Por eso no escucho la SER, siendo un eterno enamorado de la radio, ay, días en que me acostaba con ella bajo la oreja. Por eso me parto de risa y de pena y rabia cuando Polanco nos telepredica desde su junta de accionistas, por eso me escapo cuando oigo la voz mañanera del locutor perpetuamente cabreado, por eso no me gusta una sociedad dividida en bandos, por eso no me gusta una sociedad que te encasilla en un bando porque no estás de acuerdo con el otro.
Me recomiendan que lea la traducción de una entrevista a Pío Moa en un periódico polaco, dado que la recomendación viene de alguien a quien valoro altamente he hecho caso. Pero permítanme que de esa entrevista escriba más adelante, tal vez mañana.
Hay personajes que no me interesan, qué le vamos a hacer, porque estoy convencido de que nada bueno me aportan, que nada nuevo me enseñan y nada diferente me cuentan. Pío Moa, al igual que tantos exégetas del Zapaterismo, al igual que tantos telerradiopredicadores, al igual que tantos otros, periodistas o no, son personajes de teorías desequilibradas, vencidas radicalmente hacia alguno de los dos lados. Y no me informan, sino que me deforman.
Parto, cómo no, de que todo es interpretable y opinable, de que siempre la realidad es del color que uno prefiere. Pero en cuanto leo, oigo o veo a alguien cuyas opiniones dan siempre la razón a los mismos, cuando para alguien siempre yerran los mismos veo que algo falla. No, no me creo que siempre la razón la tengan unos, santos y benditos de Dios, y que los malos, torpes y perpetuamente equivocados sean los otros, malvados ellos.
La Transición política me pilló en plena madurez juvenil, con suficiente información, formación y criterio para tener una opinión de lo que allí estaba pasando. La legalización del PC, que ahora recordamos, me pilló tomando una cocacola con un miembro local del PC, siempre lo recordaré. Y el 23-F, comprándome unos pantalones tras salir de trabajar del primer lugar donde ejercí mi labor. Presenciar todo aquello, vivirlo e informarme sirvió para cuajar en mí un elevado interés por cuanto lleva ocurriendo desde entonces. Ni siquiera entonces me creí que vivía en un mundo dividido en dos mitades enfrentadas, franquistas contra demócratas, buenos contra malos. No creo que entre las ideologías dominantes en esta España haya una perversa y otra que sea la octava maravilla del universo.
Lamentablemente hay muchos que lo creen y se empeñan en perseguirnos para que lo creamos. Nos venden su división desde todos los medios de comunicación, nos asaltan al desayunar desde la radio, al ir por la calle desde un escaparate o desde la vieja tapia abandonada donde han colocado un cartel (me niego a emplear aquí ese anglicismo con el que nos hacen convivir) desde el que un político me quiere vender su sonrisa profidén.
Somos lo que leemos, somos lo que nos cuentan, lo que vemos, lo que nos informamos, por eso escojo con cuidado mi alimentación espiritual. Leo los periódicos que leo y casi todos por obligación. Por eso no escucho la SER, siendo un eterno enamorado de la radio, ay, días en que me acostaba con ella bajo la oreja. Por eso me parto de risa y de pena y rabia cuando Polanco nos telepredica desde su junta de accionistas, por eso me escapo cuando oigo la voz mañanera del locutor perpetuamente cabreado, por eso no me gusta una sociedad dividida en bandos, por eso no me gusta una sociedad que te encasilla en un bando porque no estás de acuerdo con el otro.
Me recomiendan que lea la traducción de una entrevista a Pío Moa en un periódico polaco, dado que la recomendación viene de alguien a quien valoro altamente he hecho caso. Pero permítanme que de esa entrevista escriba más adelante, tal vez mañana.
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