Llevo muchos años escribiendo, sé lo duro que es escribir cuando tienes que hacerlo por obligación. No es como subirse a un andamio o bajar a la mina pero tener delante la pantalla del ordenador y no saber qué decir es jodío. Duele. El antiguo pánico al folio en blanco es ahora pánico a la pantalla vacía. Y si encima tienes que escribir encorsetado por unos personajes concretos, un argumento determinado y por las presiones de la audiencia la cosa pasa a mayores. Hace muchos años que dejé de ver las series españolas, conste que lo intenté de nuevo con “Escenas de matrimonio” pero fracasé, mea culpa.
Retratan una España inexistente hecha a medida de los anunciantes. Sea cuando la acción trascurre en un hospital, en una redacción de periódico o en un centro educativo retratan una España zafia, malhablada, falta de respeto, falta de categoría humana. Seguramente porque es más fácil crear una trama conflictiva o porque salirse de la realidad atrae más consumidores, que es en definitiva de lo que se trata, nos presentan una España sin valores, en la que nadie defiende un orden social que no sea agresivo. No se trata de que nos dibujen una sociedad, también inexistente, mojigata y gazmoña, sino, ahora que se habla tanto de ello, de trasmitir valores humanos, de convivencia, de aprecio entre personas que comparten una espacio físico y social. Se premia la intrascendencia, la inanidad.
Y el caso es que España empieza a parecerse a las series de televisión. Nunca ha sido la nuestra una sociedad que destaque por pensar por cuenta propia y elaborar teorías críticas, es más fácil dejarse llevar por lo que la tele nos presenta a todas horas, una sociedad monetarista, sin valores nobles, sin ideales elevados, sino una España interesada, enfrentada, zafia, bravucona y carente de afectos, con relaciones familiares y sociales faltas de educación, barriobajeras. Se dibuja una sociedad definida por la ausencia de educación y corrección en las formas, en la que los personajes que mueven a risa o a compasión son los que de alguna manera defienden una cierta trascendencia y seriedad, en la que se caricaturiza todo aquello que trasmita valores conservadores.
Pensar por cuenta propia es difícil, tener criterio, saber defenderlo y mantenerlo es dificilísimo y los padres de hoy no están por la labor. Han dimitido, tienen la cabeza ocupada por variedad de problemas laborales, sociales y familiares y no hay tiempo para elaborar criterios propios, es mejor dejarse llevar por la poderosa corriente social que marca la tele, es más fácil dejarse narcotizar por la basura que echa, que expulsa, cada noche Telecinco con su ofensiva serie matrimonial u otras cadenas con su ordinariez, con sus tramas imposibles y sus ofensas continuas al buen gusto, a la sensatez y a la normalidad. Estamos construyendo una sociedad a la medida de los guionistas de televisión, televisión en la que jamás se ensalzan valores positivos, en la que jamás se retratan héroes cotidianos, en la jamás tiene cabida la familia y sus valores tradicionales.
Eso no es comercial, no interesa por lo tanto no aparece en unos programas que aspiran, con motivadas razones, a que España se parezca a ellos. Estamos construyendo una sociedad a la medida de series de televisión barriobajeras. Cuando sea demasiado tarde nos daremos cuenta y lo lamentaremos.
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