Se llenan los periódicos con fotos del nuevo gobierno, rellenan los telediarios y se llenan nuestros ojos de ver a los sans cullotte de Zapatero.
Van todos descorbataos, van como de camping, van diciéndonos que son nuestros coleguís, van de informales subidos, van seguros de sí mismos, van que se salen de ser tan chupiguays.
Sólo les falta abrocharse el botón superior de la camisa para ser como los ayatolas iraníes, trasladándonos por arte de birle birloque al Irán posrevolucionario, al Irán carca y troglodita donde llevar corbata es delito, al Irán fúnebre y tétrico en el que una mujer puede ser encarcelada por salir a la calle mostrando, oh, horror, ay, error, el cabello.
Creen que apareciendo por el Ministerio o por el Congreso con la camisa desabrochada están más cerca de nosotros, el pueblo llano que lleva camisa a cuadros y pantalón vaquero, creen que nos van a comer el coco mucho mejor, haciéndonos comer en su mano. Todo por ir desastrados… Ingenuos angelicos.
Que acudan a cualquier empresa, que vayan a aprender, que vayan, que vayan. A ver cuánto tardan en llamarles al orden, en entregarles una corbata, primero sólo a modo de sugerencia. Hay cargos, hay situaciones que obligan a dar una imagen determinada y preconcebida, a estar a la altura de las circunstancias sociales.
Es tan estúpidamente tonto ponerse corbata para ir al campo con el perro como quitársela para ser ministro. Resulta que si eres ministro no te representas a ti sólo, sino que eres la imagen de todos los ciudadanos, te hayan votado o no. Si crees que por no llevarla eres más guay te vestirás como crees que les gusta a los demás, no como te gusta a ti.
Ni como gusta a los demás.
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