Empieza el Gobierno a moverse después de tantas semanas de dontancredismo en las que ha cedido a la crisis del PP los focos y el estrellato de los medios. No se ha hablado del gobierno ni bien ni mal mientras el PP parece ir en caída libre. Por fin el gobierno empieza a mover ficha, empezando por proponernos la modificación de algunos aspectos de la actual Constitución. Para eso están todas las leyes, especialmente la primera de ellas: para adaptarse a las necesidades cambiantes de una sociedad cambiante. Esos cambios que la vicepresidenta de la Vega propone son: Convertir el Senado en una verdadera Cámara de representación territorial, incorporar la denominación de las Comunidades Autónomas, garantizar la igualdad de género en el acceso a la Jefatura del Estado e introducir el proceso de integración europea.
Nada que oponer a esos cambios constitucionales excepto a la introducción de los nombres de las autonomías en la Carta Magna. Hacerlo será perpetuar uno de los mayores errores cometidos en la Transición: la desaparición de Castilla en el plano político de España. Castilla siempre ha trabajado para España, siempre ha representado una idea global de España hasta el punto de haber renunciado a su independencia hace 500 años para parir este invento controvertido llamado España. Castilla nunca le va a suponer a España ningún conflicto territorial o político, antes al contrario, Castilla siempre ha servido a España.
Franco manipuló la idea de Castilla hasta hacerla coincidir con su ideal español, sin embargo fue el directo causante de la emigración de tres millones de castellanos. Los campos de Castilla se despoblaron porque sus hombres tenían que acudir a repoblar, una vez más, aquellas zonas donde sin haber brazos suficientes se instalaron fábricas de automóviles y altos hornos, con lo fácil que sería haberlos colocado donde ya había mano de obra bien dispuesta.
La actual constitución de 1978 para integrar a los nacionalistas catalanes y vascos (ojo: no confundir, no a catalanes y vascos, sino a sus nacionalistas) tuvo que ceder ante ellos y hacer desaparecer a Castilla como ente político, inventándose autonomías ficticias como Castilla-La Mancha (¡podían haber pensado en una Castilla-La Alcarria o Castilla-La Tierra de Campos!), Madrid (¿Acaso Madrid no es Castilla?) o Castilla y León, desgajando además a Cantabria (Santander siempre fue el puerto de Castilla) y la Rioja (Pero acaso este idioma universal que estoy utilizando se llama Riojano?) de su tronco castellano natural. Todo ello desnaturalizando la Historia y partiendo a Castilla en varias regiones para que quienes eran temerosos del potencial político, económico y cultural de 17 provincias castellanas se encontrasen una Constitución a su gusto, “su” constitución.
Perpetuarlo ahora en la letra de una Constitución injusta, hecha a medida de quienes la cuestionan permanentemente, es condenar a la eternidad la actual división de Castilla, la maltratada madre de España, y obligarla a continuar su largo harakiri inducido.
Por España.
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