Palencia es una emoción:

04 febrero 2009

El Gran Guayomin, el Gran Falangista

Lo que menos me gusta del Gran Guayomin no es que se llame Gran Guayomin pudiendo llamarse Gran Castilla o Magna Grecia. Vaya tontería buscarse un nombre en extranjero para... ¿para qué? Esto ya lo solucionó Miguel Ríos hace varios decenios cuando pretendieron obligarle a llamarse Mike Rios y se negó. Pero Guayomin se sigue llamando Guayomin ya en el siglo XXI, aunque se llame José Miguel Monzón, mesetario nombre del que bien podría sentirse más orgulloso. Será que Miguel Ríos es un moderno al lado del Monzón este.

Pero ya digo que lo peor de Guayomin no es que se llame Guayomin. Lo peor de este tipo de gente es lo pesaos y sectarios que se hacen, se parecen extraordinariamente a unos de la Falange con los que compartí cinco o seis horas de viaje en una lejana ocasión. Sólo admiten la más estricta fidelidad, la más rigurosa adhesión, la más absoluta afección. Aquellos falangistas podrían pasar por las armas a todo el que respirara desacompasado.

La peripatética troupe zapaterista encabezada por los restos de la familia Bardem resulta ser exactamente igual de cargante, igual de fascista, igual de despectiva para quienes nos empeñamos en no vestir el uniforme oficial, para quienes nos ciscamos en los becerros de oro oficiales, para quienes nos acordamos de la madre de los que se empeñan en hacernos pensar como ellos quieren que pensemos.

Estos personajillos tan orgullosos como vacuos, tan pagados de sí mismos como hueros, tan orondos como insustanciales, se consideran los reyes de la Creación (“civil”, por supuesto) porque una sociedad zafia, sanchopancesca, acomodaticia, con la barriga llena y la cabeza vacía, inculta, barriobajera y cuya inactividad cerebral les lleva a inyectarse en vena con devoción de militante neocatecúmeno programas como los del Gran Guayomin, les ha encumbrado a los altares de la modernidad.


A esta clientela ignorante que los adora a pesar de no ir jamás al cine; a este público zarrapastroso que los persigue a pesar de no leer jamás un periódico; a estos acólitos de la ineptitud cuyas limitaciones culturales quedan deslumbradas por el cartón piedra de este Jólivuz casposo y ruin que es el mundo del espectáculo español; a esta muchedumbre cuyo atraso formativo alimenta física y anímicamente a estos falangistas de izquierdas; a esta recua de conciencias adormecidas que sigue con interés baboseante las peripecias de estos histriónicos espíritus dictatoriales no le importa la intransigencia de este falangismo de izquierdas, lo aplauden como si en ello les fuera la vida.

En su torpe mente confunden “progre” con “izquierda”, “imposición cultural” con “modernidad” y “comportamiento barriobajero” con “desinhibición”. De esta humillante forma siguen la estela de la “hipo-gresía” mediática, creyendo que profesar la estulticia, la vanidad y el egoísmo que a cierta farándula distinguen les llevará algún feliz día a olvidar su triste vida gris repleta de esperanzas fracasadas y anhelos incumplidos.
A éstos vasallos de lo políticamente correcto, que han olvidado que una vez fueron seres humanos dotados de discernimiento, capacidad de decisión y voluntad propios, les parece divertida la intransigencia “granguayominiana” o “bardemiana” ante los descarriados que no seguimos su militancia falangista, les retroalimenta su intolerancia ante aquellos que nos atrevemos a desafiar su infalibilidad de papas laicos de la modernidad del siglo XIX. Sólo admiten la más estricta fidelidad, la más rigurosa adhesión, la más absoluta afección sin darse cuenta de que intolerancia e intransigencia son armas esencialmente fascistas (y estalinistas también) aunque se disfracen con el vestido oficial del progre reino zapateril.

Como les advertí, lo que menos me gusta del Gran Guayomin no es que se llame Guayomin pudiendo llamarse Gran Castilla o Magna Grecia. Pero ello no quita que los de Intereconomía sean unos pringaos a los que han pillado en una broma infantil.

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