Palencia es una emoción:

01 marzo 2009

¿Dónde están los millones que acabamos de ganar?

Nos llegan las siete vacas flacas, acabamos de merendarnos a la brasa las siete vacas gordas. Y ahora toca pasar hambre. ¿Por imbéciles o por estar en manos de ineptos? ¿Dónde está, dónde hemos metido, qué hemos hecho con los miles de millones que acabamos de ganar en los últimos años de crecimiento económico?

Partamos de una base de sinceridad, quien esto escribe no tiene ninguna idea de economía, a mí no me bastaban dos tardes, como a Zapatero le dijo Miguel Sebastián, para llegar a tener unas nociones elementales de Economía, con mayúscula. En ese terreno, sé lo que gano, sé lo que gasto y en qué lo gasto y sé cómo se me queda el bolso si no ando con cuidadín cada fin de mes. Y punto.

Pero sin embargo tengo un desarrollado sentido común, sé aplicar la lógica y sé sacar conclusiones de mi observación del mundo cruel en el que me ha tocado desenvolverme. Y sé que estos años anteriores el dinero ha circulado a espuertas y algunos se han beneficiado mucho de ello. Sé cómo han crecido determinados negocios, sé cómo han aumentado los beneficios de determinados empresarios, sé cómo se han modernizado los yates de recreo y cómo, al rebufo del crecimiento económico, las grandes empresas nacionales, las grandes multinacionales y los poderosos empresarios, amigos de los dirigentes del PP, del PNV, del PSOE, del Bloque Nacionalista Gallego y otros grupos de decisión han alcanzado más y mayores cotas de poder, riqueza y beneficios. Que no me hablen de beneficio del pueblo, ni del proletariado ni de las clases medias. Aquí quienes se han aprovechado, quienes han sacado enormes beneficios, casi siempre imposibles de medir, no han sido los parias de la Tierra ni las naciones oprimidas por España ni las capas sociales de extracción media.

No, dejémonos de coñas, dejémonos de burlas, dejémonos de mezclar churras con merinas y de distraernos sacando a colación asuntos que no vienen a cuento: ¿dónde están tantos millones como algunas empresas han ingresado en los últimos, pongamos, diez años? ¿Cómo es posible que después de cubrir de oro sus paredes ahora pretendan escurrir el bulto? ¿No hay una labor social que desempeñar, no es hora de arrimar el hombro, tal vez dejar de ganar tantos millones, tal vez incluso perder una parte de la inmensa fortuna acumulada y ponerse al servicio de la sociedad?

No hablo de la tienda de la esquina ni del taller de recauchutados del barrio de al lado; no hablo de esas empresas con cinco o tal vez diez empleados; no hablo de esos pequeños industriales que mantienen una empresa en la que todos los días salen a batirse el cobre porque cualquier día puede ser el último. Hablo de las grandes cadenas, de poderosas empresas que todos conocemos, hablo de esas industrias que en los últimos años se han cubierto de oro y de gloria, sociedades que han estado en boca de todos y cuyos beneficios se elevaban más altos que los rascacielos en los que estaban sus elegantes despachos. Sí, hablo de ellas, ¿no sería hora de que invirtieran toda esa riada de beneficios que han afluido a sus arcas en beneficio de la sociedad, en beneficio de sus obreros? ¿Cuando las ganancias eran superlativas los obreros tenían sueldos superlativos? Nadie, salvo las fortunas más poderosas, participaba de esa ingente ganancia, el obrero seguía en su cadena apretando o aflojando tornillos sin que tantos millones que daba a ganar le afectaran lo más mínimo, ¿cómo es que ahora se hace partícipe al obrero del desastre económico en el que él no tiene arte ni parte?

¿Dónde están tantos millones, no existe una manera de obligar a que el dinero que se han llevado algunos durante tantos años cumpla ahora una justa e imprescindible función social? ¿No hay manera de obligar a nuestros súper empresarios a devolver a la sociedad las vacas gordas de años pasados, ahora que nos amenazan las siete vacas flacas?

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