Palencia es una emoción:

20 noviembre 2009

Qué solos se quedan los vivos

Me acabo de despedir para siempre de alguien a quien apreciaba, alguien de cuya bondad yo solía gustar de vez en cuando por los paseos del Carrión, allá por donde Palencia se hace castellana y labriega y se esfuerza en recordar su pasado ligado a la tierra. Contra lo que escribió Bécquer los que se quedan solos son los vivos.

Se me ha ido con la rapidez del látigo un alma sensible cuya sonrisa conservo en mí con la calidez de la proximidad, con la frescura de la inmediatez, con la viveza de la intensidad. Sólo el aviso casual de un amigo común me alertó cuando ya era tarde, siempre es ya tarde, cuando ya no podíamos hacer nada salvo estrechar la mano del que se queda solo y dolorido. Y esperar el definitivo final.

Qué solos se quedan los vivos. Qué solos nos quedamos los vivos, cómo el dolor lacera y nos deja a merced de la vaciedad, arrojados a la negrura, volcados en la nada, enfrentados con nosotros mismos, opuestos a nuestras limitaciones, vanamente absortos frente a un espejo que nos devuelve la futilidad que somos.

Cómo frente a la muerte, por mucho que sea ajena, a poco que sea próxima, vemos al desnudo nuestras torpezas, nuestras miserias, cómo salen a la luz nuestros errores, cómo se vuelven insignificantes molinos de viento aquellos gigantescos aciertos que iban a abrirnos medio mundo y entregarnos de par en par la notoriedad y el honor.

Cómo vemos en su ciclópea insignificancia aquellas cuitas dolorosas que nos robaron noches enteras de descanso, cómo se convierten en ridículos arañazos aquellas ofensas intolerables que creíamos carga insoportable para toda nuestra vida. Cómo despreciamos todas las cruzadas de honor perdidas, cómo se revelan baladíes y pueriles las cuitas que con pecho henchido ganamos alguna lejana vez. Cómo se evapora en nube de polvo molesto nuestro gesto de orgullo, nuestro vano amor propio; cómo se pierden en el viento, incongruentes, grotescos y egoístas, aquellos episodios que suponíamos dejarían notoria huella de nuestro paso.

Cómo pierden importancia valores que creímos trascendentes, cómo mutan en flor marchita posesiones que una vez creímos eterno jardín del edén, cómo se convierten en valiosas joyas recuerdos perdidos en alguna voluta del tiempo.
Qué solos se quedan los vivos, noqueados, arrinconados, apartados, sabedores del yermo futuro que les rodea, conscientes del espanto vacío que se avecina, indefensos ante la muerte de la vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

profundos pensamientos Felicidades por su blog

Seguidores del blog

Otros blogs míos.