Palencia es una emoción:

19 enero 2010

Sin comisiones, sinvergüenzas.

Como varios millones de españoles he ido a mi banco a entregar un pequeño donativo para Haití. Con ello, además de excusarme y calmar mi conciencia por no coger un avión y marcharme allí, me he sumado a la inmensa corriente de solidaridad intercontinental que ha surgido con el devastado país francófono. Eso y escribir, de ello va mi artículo del viernes para la prensa de papel, es todo lo que uno en su inmensa debilidad puede hacer.
 
Pues eso, que he ido a mi banco y he dicho que hola, muy buenas. Y que vengo a ingresar unas pesetillas para lo de Haití y eso. Y el señor del mostrador, me cuesta llamar “señor” a alguien tan joven pero inmensamente preparado, me ha respondido también que muy buenas y que aflojase la pasta de comisiones por mi generosa donación.
 
Y yo he montado el correspondiente escándalo, claro. Y como iba preparado para lo que pudiera surgir, he sacado un espray (de aquellos que utilizábamos cuando la Transición para pintar consignas en los muros de la estación de mi pueblo) y le he pintarrajeado el chiringuito con una cifra astronómica: la de los beneficios de la banca española durante los últimos años. La cifra era tan larga y mi cabreo tan enorme que no me cabía en la pared y terminé de pintársela en el despacho de la directora, que mi banco no es nada machista y tiene por “boss” a una señora.
 
Y la buena mujer se me puso delante, me agarró por la pechera y me dijo que ese color no le hacía juego con el mobiliario, así que o dejaba de portarme como un niño pequeño o me daba una patada en el mismísimo espray. No, no me asustó pero dejé de pintar más que nada porque tenía razón, qué horrible queda el aséptico mobiliario de una oficina bancaria cuando lo “barnizas” de verde fosforito.
 
Así que me senté a su vera y le dije que vamos a ver, Maripili, si solucionamos esto de las comisiones, porque no puede ser que tu dueño (bueno, no te cabrees, el multimillonario dueño de tu banco) se beneficie de la generosidad ciudadana como si fuese un pobre negro, en una nación pobre y hubiese sufrido un inmenso terremoto ultramarino. Así que tú veras, Maripili, siéntate y negociemos. O vuelvo a sacar el espray, tú verás.
 
Y ella me contó no sé qué ñoñerías sobre automatismos bancarios, números de ONGs y otras cursilerías baratas. Me cansé a los treinta y tres segundos y medio y llevé la mano al bolsillo. Ella tembló de los pies a la cabeza y me pidió perdón. Acto seguido con una mano sacó de mi cuenta la cantidad en metálico que yo le había dicho y con la otra lo ingresó en la cuenta de mi ONG preferida.
 
Y aquí paz y después gloria. Sin comisiones sinvergüenzas. Sin comisiones, sinvergüenzas.






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