Conozco muy pocos marroquíes y los que conozco son un ejemplo de seriedad, laboriosidad y discreción. Ya sé que habrá lectores que conozcan casos contrarios, en la prensa también salen casos de marroquíes atracadores y camellos (y búlgaros, polacos y de Venta de Baños). No me refiero a unos ni a otros, sino a los marroquíes que cierran las fronteras de Melilla, boicotean los mercados y obligan con impunidad y licencia de su policía a retirar la bandera de España de los coches para poder circular.
También me refiero a las autoridades del lugar, especialmente a las autoridades. De todo el reino, del Primero al último. Y la mayúscula es intencionada y respetuosa, pero sobre todo “señalativa”. Tratándose de una república bananera como es el caso, por muy contradictoria que pueda parecer la expresión, la mayúscula tiene un referente muy concreto: el amo y señor al que los súbditos piden permiso todos los días para salir a la calle, para respirar y para tomar el té.
A todos quiero repetir ese argumento tan manido, tan desgastado y tan trillado de que Melilla era española antes de que existiera Marruecos como Estado, cuando aquellas costas eran refugio de piratas sin ningún tipo de organización más allá de la tribu semisalvaje y de la banda de corsarios mal avenidos. Si ya con Abderramán III era cordobesa y española mejor no aludir a Pedro Estopiñán. ¿Cómo puede ser marroquí si no existía Marruecos y Melilla ya pertenecía políticamente a Europa? Seamos sinceros y hablemos a cara descubierta, la única colonia que existe en ese desierto democrático es el Sahara.
No es que yo sea partidario de poner a la Legión a cuidar las fronteras en vez de la Policía Nacional, mire usté, pero tampoco soy partidario de este gobierno de asustadizos becarios que padecemos en España. Ni siquiera soy partidario de aquella ridícula retórica de hazañas bélicas con la que Trillo saludó la recuperación de Perejil, pero sí soy consciente, toda España lo es menos Zapa y sus teleñecos ministros, de que hay que haceros ver que jugáis con fuego, para evitar que un día a vuestro absolutista monarca le dé por reclamar Covadonga, aludiendo a que el trato recibido por los soldados cristianos no fue acorde con los Derechos Humanos. Que en Marruecos alguien se atreva a reclamar a los demás respeto, democracia y derechos, humanos o vegetales, es muestra de cinismo, cerrazón y mentes obtusas. Que se lo reclamen al sultán, a ver qué carita pone.
Claro que la culpa la tenemos nosotros por tener un gobierno contemplativo, asustadizo y meapilas, que insiste en negar la evidencia y poner, tan cristiana como contradictoriamente, la otra mejilla. Somos el paño en el que Marruecos, con su rey y sus terminales políticas y mediáticas a la cabeza, enjugan sus problemas y distraen al personal para que no piense en la falta de libertad, en los problemas económicos que la sucesión de años y de monarcas no remedian ni en la falta de soluciones y futuro, fuera de la emigración consagrada por la costumbre de siglos, para su población más joven.
Que nuestro rey haya tenido que llamar “a su primo” es una prueba de la inutilidad de nuestro gobierno; que su llamada no haya servido de nada es prueba de que ése no era el camino y la reiteración de situaciones tensas, repetidas cada vez que le apetece al bananero mayor, es prueba de que las sonrisas zapateriles, las palabras amables y las serviles inclinaciones de cabeza no sirven para nada. Digo yo que entre proclamar la guerra y bajarse los pantalones algún punto medio habrá.
Porque en caso de conflicto, hablamos sólo de conflicto político, faltaría más, quien más razones para la preocupación debería tener, por hablar más de razones geoestratégicas que políticas o económicas, sería Marruecos, más débil en cualquier terreno. A no ser que Zapa prefiera exponer al mundo mundial su sonrisa meliflua. Otra vez.
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