Una de las cosas que más le duele a la izquierda es que hasta ahora eran ellos solos los que controlaban los movimientos de masas y la gerencia de la opinión pública. A la izquierda siempre se le ha dado muy bien el agit-prop, ha formado parte de su esencia, de sus modos habituales, mientras que la derecha ha sido tradicionalmente negada para estas cosas, nunca se supo organizar; la derecha en España ha sido en realidad “las derechas”, cada una por su lado.
Las fuerzas sociales que habitualmente defendían valores de la derecha procuraban disimularlo, de pronto un día descubrimos que ser de derechas era malo y que los pocos que quedaban se habían vuelto moderados, centristas o por lo menos de centro-derecha. Y me estoy refiriendo precisamente a partidos políticos, prensa (muy especialmente) y otros movimientos sociales todos ellos demasiado políticamente correctos.
Hasta que ha surgido, lenta, pausada pero continuamente, el achicoria party como muestra del cansancio social. Y las clases medias empezaron a tener líderes que no ocultaban ser de derechas, vade retro, y algunos empezaron a liderarla, organizarla y hasta predicarla en periódicos y, oh, terror, en televisión. Surgen plataformas varias, periodistas intrépidos, o puede que ingenuos, aún está por decidir, y empieza a surgir un todavía timorato movimiento que pretende convertirse en maremoto (“tsunami” es otro extranjerismo innecesario) que aspira a defender valores tradicionales, cristianos y que hasta ahora carecían de valedores sociales. Y muy decididamente se empeñan sin complejos en defenderlo... ¡públicamente! ¿Qué ha pasado para que empiece a no dar vergüenza definirse públicamente de derechas? Bueno, todavía es pronto, hay que esperar y ver en qué queda esta achicoria, si es mero pasatiempos pasajero (la cacofonía es voluntaria) o cala en las masas para preparar un buen desayuno, aunque un poco antañón.
La izquierda anda escandalizada por ello. Y preocupada. Hasta ahora eran ellos los únicos que decidían qué estaba bien y qué estaba mal, por dónde debía ir la sociedad y por dónde debía huir, qué era demócrata y qué era fascista, quién era un político legítimo y quién no. Como les ha salido competencia están que trinan, es lo que tiene cuando pierdes el monopolio. Bueno, siendo más exacto todavía no lo han perdido, pero por la esquina asoma la pérdida de complejos sociales, cualquier día la sociedad civil decididamente de derechas se decide a entrar en la plaza pública, sienta sus reales y toma posesión de una parte del pueblo.
Si la derecha quiere algún día formar parte del poder tiene que dejar en manos de la izquierda algunas actitudes que vemos hoy frecuentemente en cualquier partido parlamentario español. Si la derecha quiere algún día formar parte del poder tiene que defender la ética, la honradez y la exquisitez como máxima bandera. Debe huir de “barriobajerismo” y del matonismo. Tiene que renunciar a comportamientos turbios, declaraciones malintencionadas y sucias y rectificaciones torticeras. La limpieza y la trasparencia en sus decisiones deben ser máximas, sin que quepa sospecha de corrupción, chalaneo o “compadrismo”. Regeneración debe ser su nombre. Y para eso todavía falta mucho, quizá no estamos preparados. ¡Ah, lo que falta para eso!
Y todo ello sin dejar de apuntar y señalar y pregonar los desmanes de la izquierda, como la izquierda ha hecho siempre, hasta ahora casi en régimen de monopolio, con los desmanes de la derecha.
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